Hallarse bajo tierra y escucharla retemblar sobre la cabeza con el impacto de los bombardeos de escuadrillas de aviones de guerra debe ser una de esas sensaciones difíciles de olvidar.

Pero ahora es posible experimentarla en el refugio antiaéreo Cueva del Castillo, en Monegrillo, donde un antiguo cobijo subterráneo empleado por la población durante la guerra civil acaba de ser debidamente restaurado, acondicionado y, mediante una hábil intervención museística, habilitado como lugar de interés histórico, turístico y cultural.

Situado en la zona alta del pueblo, se entra a este refugio por la boca del cerro para encontrarnos ante una boca de mina con dos galerías en ángulo recto. En el verano de 1936, apenas comenzar los combates de la guerra civil y, sobre todo, los primeros bombardeos aéreos, anarquistas con experiencia como mineros abrieron a pico y aseguraron con vigas de sabina aquel ancho, largo y subterráneo zulo que salvaría las vidas de muchos habitantes de Monegrillo y de su comarca, poniéndolos a cubierto de las bombas que caían del cielo y del fuego de la artillería pesada que de uno a otro bando se cruzó en la llamada batalla de Farlete, con un frente bélico extendido hasta Osera.

El Ayuntamiento de Monegrillo ha trabajado con ilusión en este proyecto y desde hace poco más de un mes han comenzado a organizarse visitas guiadas. Con tal éxito que ya son casi un millar de personas las que han disfrutado con la rica experiencia que sugiere la visita a Cueva del Castillo. La satisfacción del alcalde, Alejandro Laguna, se complementa con el mensaje de concordia y fraternidad que recibe el visitante. Porque la enseñanza a extraer de este regreso figurado a la guerra civil española es un mensaje de paz, un llamamiento contra las guerras civiles, contra todas las guerras, un canto a la tolerancia y a la libertad.

Y no sólo para los adultos. Igualmente se han previsto para los niños visitas guiadas, instructivas del respeto a la convivencia. Siendo, hoy más que nunca, imprescindibles estos llamamientos a la concordia en una España crispada, donde los mensajes y gritos de adoctrinamiento y odio entre políticos radicales conturban a menudo elementales derechos ciudadanos, como la aspiración a vivir en paz los unos con los otros.