Me gustan los libreros que escriben. Me gusta que publiquen sus memorias. Las serias y las hilarantes. Una de las últimas, a medio camino entre lo dramático y lo cómico, se titula Rialto, 11. Su autora es Belén Rubianes, librera sevillana que durante años regentó su sueño particular -en forma de librería- en el centro de la capital andaluza. De entre un vasto anecdotario, Rubianes destaca a sus clientes-escritores. Esos que cambian los libros de sitio para dejar el suyo en primer término. Esos que encargan 15 ejemplares de su propia novela, que luego no recogen. O los que regañan al librero por no tener su libro o, si lo tienen, por no tenerlo en el escaparate. Reconozco que me divierten esas conductas, aunque confieso que me inspiran también esa clase de ternura que sentimos siempre hacia los desvalidos.

De entre todos, hay dos libros de libreros que me encantan y que releo cada cierto tiempo. No vuelva usted mañana, del asturiano Néstor Villazón, y Cosas raras que se oyen en las librerías, de la inglesa Jen Campbell. Ambos son recopilaciones de preguntas que los clientes de sus respectivas librerías les formularon alguna vez. Por ejemplo: si Ana Frank escribió la segunda parte de su famoso Diario, si tienen la trilogía de Tristana Ferrari (por Elena Ferrante), si tienen novelas que traten sobre personas, dónde está la sección de novelas de ficción, si puede darle el libro más grueso de la tienda o si tiene libros escritos por Don Quijote...

De mi anecdotario personal, me quedo con dos peticiones que alguna vez me refirieron libreros amigos. La del cliente que buscaba, sin ningún complejo, una novela llamada 50 sombras de Greg (improbable mezcla de 50 sombras de Grey y El diario de Greg) y la de aquel otro que preguntó a su librero si tenía algo de Hemingway y al decirle este que tenían El viejo y el mar exclamó, resuelto: «Pues deme El mar, gracias». Moraleja: en estos días de libros y lectores, tengan mucho cuidado con lo que le sueltan a su librero de cabecera. Que luego todo se sabe.

*Escritora