A la cada vez menos contenible indignación de este país ayudan mucho los repugnantes casos de corrupción que, sin distinción, barren de un extremo a otro su espectro sociopolítico. También contribuye la ambigüedad calculada con la que se sigue hablando de regeneración. Qué insistencia en no llegar a ningún sitio. Nos sobrevendrán las elecciones y aún no sabremos qué nos querían decir cuando se les llenaba la boca con una palabra que ya ha perdido todo su valor. Pero no son estas las únicas causas de la mala leche del personal. Se da entre buena parte de nuestros gobernantes una forma de encarar los problemas que aún agranda más el abismo con la sociedad a la que dicen servir. Se trata de esa enfermiza tendencia que exhiben muchos por echar la culpa de todo a los demás. Ejemplos no faltan, pero en los últimos días ha destacado el consejero de Sanidad madrileño, Javier Rodríguez, empeñado en señalar a la pobre Teresa Romero como única responsable de una crisis, la causada por el virus del ébola, que admite seguro más matices. Cuando se recurre a esta práctica no solo se corre el riesgo de meter la pata hasta el fondo, sino que también se malgastan energías que habrían de destinarse a solucionar el problema. A ello se añade un indisimulado intento por desviar la atención por no asumir responsabilidades. De dimisiones o destituciones ya ni hablamos, pues en España no se estilan. Aunque a la salud de nuestra democracia no le vendría nada mal alguna, ¿verdad, señora Mato? Periodista