En vísperas electorales, que es cuando hay que hacer más méritos, el presidente del PP-Aragón, Gustavo Alcalde, ha lanzado un desafío sin igual, un órdago a la grande que le hará subir enteros en la meritocracia del partido. "Nada --ha aseverado el delegado de Aznar en la comunidad autónoma-- va a parar el trasvase".

Nada... Ni la razón, ni la nueva cultura del agua, ni la Europa del siglo XXI, ni la comisaria Wallström, ni la oposición parlamentaria, ni la Diputación General, ni la Generalitat de Maragall... Nada ni nadie, ni siquiera el pueblo aragonés, con su decena larga de manifestaciones multitudinarias, va a evitar, según el líder de la derecha regional, que las apisonadoras y las palas mecánicas procedan en breve a excavar la tumba de Aragón.

Yo no sé si el señor Alcalde, además de las novelas de Miguel Angel Rodríguez, ha leído a Erasmo de Rotterdam. Caso de haberlo hecho, quizá recuerde la siguiente frase del preclaro humanista: "Es un crimen aprender cosas que se van a olvidar después". En este sentido figurativo, literario, Alcalde es culpable de homicidio ideológico. De ebricidio .

Porque en su época de crecimiento moral, de formación de su espíritu nacional, siempre a la sombra de Santiago Lanzuela, Alcalde aprendió cosas que nunca debió proceder a enterrar en tan blanqueado sepulcro. Aprendió, por ejemplo, que en Aragón el agua es una cultura, una religión, incluso, pero sobre todo una necesidad histórica. Aprendió que el pueblo aragonés, con voluntad férrea e indesmayable esperanza, ha defendido los caudales y usos que le son propios, colonizando desiertos, irrigando yermos, civilizando un territorio orográficamente adverso. Aprendió que aquí, en nuestra tierra, no tiene apoyo, cabida o sitio la intriga trasvasista, y de ahí que sus palabras, y sus escritos de puño y letra (consultar hemerotecas) abundasen en la defensa de la unidad de cuenca. En su momento, cuando la exministra Isabel Tocino empezó a mover el asunto, a publicar libros blancos, a esgrimir el fantasma del trasvase, muchos valoramos la actitud de Gustavo Alcalde, quien llegó a afirmar que mientras en España gobernase el Partido Popular, ni una sola gota de agua saldría de Aragón".

Entre aquel político y éste otro que hoy, ya converso, se desdice a sí mismo, desdobla su conciencia, conculca la ética, menosprecia al pueblo soberano y conspira sin descanso para trasladar a la realidad el capricho de sus jefes, media un abismo de decadencia y pobreza intelectual. Yo pensaba que a un político se le pueden perdonar muchas cosas, pero en ningún caso que empeñe su palabra para vulnerarla después. Con el agravante de que Alcalde lo hizo a la primera de cambio, sin debatir, sin razonar, sin intentar siquiera explicarle a Aznar lo equivocado que estaba; simplemente, como un disciplinado centurión, aceptó por válida la orden de arriba, y, consciente de su propia trascendencia en la batalla que se avecinaba (si Alcalde y lo suyos se hubiesen opuesto al trasvase, el Plan Hidrológico no se habría aprobado en las actuales cláusulas), procedió a ejecutar su alevosa emboscada.

Erasmo de Rotterdam no habría admitido entre sus discípulos a alguien de tan frágil memoria.

*Escritor y periodista