Hace ya cinco años, Podemos y sus «confluencias, compromisos, mareas y comunes» lograron la confianza de varios millones de votantes. Con la promesa de «ganar los cielos» consiguieron gobernar los principales ayuntamientos de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, La Coruña, Cádiz…). Pretendían cambiarlo todo y gobernar en beneficio de la mayoría de los ciudadanos; y alcanzaron una considerable notoriedad criticando, con toda razón, la escandalosa y criminal corrupción, las desigualdades, injusticias y recortes sociales y los privilegios de los poderosos y de la casta política; y metieron en el mismo cajón a cuantos habían ocupado cargos políticos desde 1977. Cuatro años después, muchas de las actuaciones llevadas a cabo en los llamados ayuntamientos del cambio han constituido una verdadera decepción. Lejos de abordar los problemas de fondo de las ciudades, algunos responsables de estos ayuntamientos se han dedicado a ejecutar una política de pose y propaganda, sin más.

El paradigma (cual metáfora singular) de todo esto ha sido la reciente mano de pintura que se le ha aplicado a la fachada posterior del Teatro Principal de Zaragoza, presentada como un gran logro cultural y una obra extraordinaria, cuando el fondo es bien distinto.

Dicha fachada, de estilo ecléctico neoclasicista, ha sido maquillada con una simple capa de pintura, que durante un tiempo, supongo que no mucho, la dejará limpia, pero no se han resuelto los problemas esenciales. Lo que el Ayuntamiento de Zaragoza ha hecho en esa fachada ha sido ignorar un informe técnico solvente, elaborado entre otros por una competente técnica en restauración como Cristina Marín Chaves, que alertaba sobre los verdaderos problemas como las descamaciones de los relieves, para sacar a licitación una mera mano de pintura, adjudicada a la baja a una empresa madrileña. Basta observar a simple vista esos relieves recién camuflados por la pintura sintética para comprobar que el problema de la descamación persiste. Ni siquiera se han restaurado las esculturas de las cuatro musas de las artes escénicas (Melpómene, Thalia, Euterpe y Terpsícore) que coronan esa fachada desde 1970, obra del gran Francisco Rallo.

Esta rápida y poco estudiada intervención ha dado como resultado una fachada plana y empastada, recién pintada, eso sí. Un ejemplo más, como en su día lo fue el cambio de nombre del pabellón Príncipe Felipe sin tener en cuenta las formas democráticas, de lo que es una política de fachada y maquillaje, sin más.

*Escritor e historiador