Recuerdan la última cumbre pública de Mariano Rajoy, ¿no? Pues fue la semana pasada. Después de alcanzar el despacho oval de la Casa Blanca, donde apenas permaneció una hora, el presidente español se reunió en Italia con su homólogo en una cita que dio para algo más, al menos en cuestión de tiempo. Según explicaron en una rueda de prensa, los líderes tocaron temas de América Latina, como los sobrecostes en la ampliación del canal de Panamá por el consorcio de la española Sacyr y la italiana Impregilo o la crisis del peso argentino; y otros internos, como las medidas adoptadas para atajar la crisis económica y reducir la prima de riesgo, la presencia de ambos países en las respectivas expos internacionales --la de Zaragoza de 2008 y la de Milán en 2015--, y los problemas mecánicos en la flota aérea española. Lo que se echó en falta allí, y más después del funeral de Nelson Mandela (que obligó por cierto a posponer esta cumbre), fue que hablaran de otros asuntos que compartimos ambos países. Y no me refiero a la final de la Eurocopa 2012, que convirtió a la capital de Ucrania en el centro de todas las miradas aunque por motivos muy distintos a los de ahora, sino a los cientos de inmigrantes y refugiados que mueren intentando llegar a nuestros países (los últimos ayer en las costas de Ceuta), a la falta de cobertura sanitaria y social que se encuentran quienes lo consiguen, o al recorte de servicios, derechos y libertades que sufren todos los ciudadanos mientras crece la corrupción política, donde estamos a la cabeza de Europa. Eso sí, al menos esa cumbre fue diurna y notoria, y no nocturna y secreta como la celebrada esta semana con el lehendakari vasco para hablar de ETA.

Periodista y profesor