Según me entero, Vox está intentando introducir como sea a su candidato al Congreso por Zaragoza, un cunero tan cunero que ni lo conocemos aquí ni nos conoce él a nosotros ni es posible imaginar por qué lo han puesto encabezando la lista, en vez de un exmilitar, un picador de toros o algún montero que, cuando menos, hubiesen nacido o pasado alguna temporada por aquí.

El susodicho candidato, de cuyo nombre ni me acuerdo, solo tiene una carta de presentación: forma parte de la grotesca acusación popular que ejerce la extrema derecha en el juicio a los líderes del procés, donde los de Abascal fingen con extraña desgana ser los defensores de la España ultraconservadora. Claro que esa vista oral en el Supremo rezuma, toda ella, un aire de melodrama con su puntazo esperpéntico. Hace unos días, un amigo mío, conocido letrado (zaragozano y progresista), me preguntó por escrito que qué veía yo de incongruente y absurdo en tal representación jurídica. Y ayer le respondí, desde mi perspectiva de amateur, que estamos ante una teatralización jurídica absurda, por la simple razón de que se pretende sacar adelante una acusación infundada (la de rebelión), lo cual obliga a prescindir de los hechos concretos para hurgar constantemente en la impresión que cada cual tiene sobre los mismos. No digo que los ahora acusados no soñasen con montarse una república a su gusto, pero jamás pudieron ni amagarlo.

He leído Técnica del golpe de estado, el famoso manual político de Curzio Malaparte, y estuve en Campamento durante el juicio a los del 23-F. Así que soy capaz de identificar una rebelión cuando en ella hay tanques, movimientos militares, fusiles y ocupación de los centros del poder. Pero si me hablan del fairy (temible arma secreta), de lo que no pasaron de ser evidentes pero simples alteraciones del orden público y de la proclamación de una independencia de mentira que jamás tuvo la más mínima incidencia (lo vi en directo, en la propia Barcelona), pues no. De este asunto lo más sólido que ha salido hasta ahora es... un cunero.