Hay frases hechas como la que abre este artículo que han hecho mucho daño añadiendo un plus de peligrosidad a lo que me parece que es el acicate para salir de uno mismo, para conocer a alguien o para aprender algo nuevo. La curiosidad es una actitud, casi un instinto, que se convierte en una obligación social puesto que sin curiosidad no hay apertura al otro, y difícilmente podrá haber convivencia. La curiosidad no depende de nada más que de nosotros, pero se enfrenta a dos grandes retos, en mi opinión: los prejuicios y el ego. Sinceramente, prefiero una pregunta indiscreta a la indiferencia si se me da la oportunidad de responderla. Lo que me saca de quicio es el ego, sobre todo cuando tengo la suerte de encontrar a alguien a quien me hacía ilusión conocer, si no veo en sus ojos una chispa de curiosidad por el otro. Es que no se me ocurre qué puede haber más interesante que conocer otras vidas, otros puntos de vista sobre las cosas... ¿Cómo se puede ser médico, jueza, cura, maestro, bombero o periodista sin una curiosidad despojada de prejuicios? Y los artistas, ¿cómo han podido ser creadores de nada sin interesarse por quienes tienen delante? En la curiosidad siempre habrá dos pares de ojos que se encuentran en las formas más diversas: un mensaje al móvil, una carta en el buzón, un abrazo esperado, una pregunta ingenua, un nuevo vecino de escalera, una sonrisa de bienvenida, la primera línea de un nuevo libro, la electricidad del apretón de manos con un desconocido. Y la curiosidad en los gatos es envidiosamente insaciable.

*Editora