Me encontré con su e-mail una tarde, de regreso de Madrid. Llevaba como asunto: "Propuesta de artículo de una antigua alumna". En tres páginas a un espacio M.T. me fue relatando cómo le había ido desde 1997 en el campo de los estudios y del trabajo. Cuando acabé su lectura, me sentí a la vez conmovido e impotente.

Aquella muchacha había acabado sobradamente dos licenciaturas, había estudiado simultáneamente idiomas y en la actualidad estaba estudiando otra licenciatura complementaria. Había aprendido además que no poseía el don de la ubicuidad y a aguantar desmanes, especialmente cuando nadie se digna cambiar la fecha de un examen, si coinciden varios el mismo día.

Ya licenciada, se sintió afortunada al poder trabajar en una pequeña empresa con un contrato oficialmente de prácticas, a cambio de 40.000 pesetas por todo el verano. Después fue seleccionada para trabajar como becaria (en realidad, trabajadora a destajo a todos los efectos) durante un año en una importante empresa sin cotizar por ella a la Seguridad Social y sin apenas derecho a vacaciones. Y después, al paro. Eso sí, de vez en cuando, la llaman para hacer sustituciones por pequeños períodos. En otras palabras, más precariedad laboral y después de nuevo a la calle.

El caso de M.T, en el fondo bastante excepcional por haber tenido tan pronto la oportunidad de trabajar, da también mucho que pensar, especialmente acerca de si a tantos jóvenes y a sus familias les merece la pena tanto esfuerzo, tantos años dedicados a formarse intelectual y profesionalmente, de no variar las circunstancias laborales actualmente existentes en España. De hecho, además de su titulación académica y de la certificación de todos sus estudios complementarios, parecen condenados a llevar indefectible e invariablemente un montón de currículos, fotografía incluida, para ir repartiéndolos a diestro y siniestro en cuanto se tenga ocasión, con la esperanza de ir pescando algún trabajillo que otro. Por otro lado, aunque no se vean, llevan también encima unos cuantos kilos de zozobra y desaliento.

A LO LARGO de todo ese camino de dificultades y desengaños personales y familiares, van adquiriendo un cúmulo de experiencias que nada tienen que ver con lo que se les había estado prometiendo. Van conociendo todas las modalidades de contratos basura, van padeciendo todas las modalidades de tomadura de pelo, de abusos y de engaños. Van haciéndose conocidos íntimos de la decepción y la indefensión. Se sienten timados por los tramposos de las leyes y del lenguaje. Estos lo llaman Formación, pero en realidad es sólo trabajo muy mal pagado.

Lo llaman flexibilidad laboral pero realmente es sólo un inmenso cubo de basura. Lo llaman ley de la oferta y la demanda, pero sólo deciden los que tienen en exclusiva la sartén por el mango. Lo llaman libre mercado, pero en ese mercadeo acaban con contrato fijo e indefinido los hijos o los sobrinos del dueño del chiringuito o también los hijos de los amigos de sus amigos.

ESPAÑA VA bien. Imperan los nuevos talantes. Vivimos en la nueva Europa. El país crece económicamente. Vamos a tener una Constitución europea estupenda. Qué bien. Pero qué bien. Y, mientras, todos estos muchachos y muchachas siguen cargando con su cabreo y su hartura, con sus currículos y sus cursos hechos por las tardes y los veranos.

¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo con ellos? Estudiad, estudiad, formaos, preparaos, cuanto más mejor. Os espera la gloria en forma de paro y de abuso por parte del listo que os contrate por una temporadilla.

Nos quejamos después de que la juventud no tiene valores ni ideales, pero nos equivocamos: tienen --mejor, padecen-- los valores del mundo que les hemos ido dejando. Nos quejamos de que muchos jóvenes pasan de política y son unos pasotas en general. ¿Y cómo no van a pasar de toda esa gente que supuestamente los gobierna y los dirige, si están ahítos de palabrería? ¿Y cómo no van a pasar de toda esa gente si constatan que tantos sindicatos son organizaciones endógenas con mucha burocracia y relaciones públicas, pero que de hecho los dejan de lado, como si fuesen un mero problema colateral? ¿Y cómo no van a pasar de toda esa gente si "el deber de trabajar" y "el derecho al trabajo", de los que habla la Constitución, se convierten muy a menudo en una sala de bingo o en un enorme vertedero de basura?.

*Profesor de Filosofía