No es la primera vez en la que el Real Zaragoza se enfrenta esta temporada a un partido así. El mal inicio, con caída a la zona de descenso durante varias semanas, ya provocó en su día una situación similar. Aquel escenario exigió la primera reacción del equipo para reengancharse al pulso de la categoría. Desde la quinta jornada, fecha del disgusto en Lugo, el Zaragoza no ha perdido y ha mejorado sus perspectivas: ahora es mucho más fiable (prueba irrefutable es que lleva siete jornadas sin caer). Por ese cauce ha venido la mejoría, aunque, como dicen en Estados Unidos, no le ha alcanzado para subir al siguiente nivel. El equipo de Natxo González no pierde, pero le cuesta un mundo ganar.

Así, con el Huesca también invicto desde la jornada quinta, el Zaragoza afronta el derbi como un nuevo partido frontera. Hoy la distancia entre la victoria y la derrota va mucho más allá de los tres puntos. Un empate en El Alcoraz dejaría las cosas más o menos como están en una categoría tan igualada que la diferencia entre unos y otros muchas veces se hace imperceptible para el ojo humano. Una derrota pondría las cosas feas porque el grupo de cabeza tomaría varios cuerpos de ventaja sobre el Real Zaragoza, demasiados kilómetros de distancia para estar en noviembre. Pero una victoria acercaría la sexta plaza a tres puntos y la zona de ascenso directo a cinco. Confirmaría de llegarse a este extremo la teoría de Natxo: que la curva es ascendente. Unas u otras, el derbi tendrá secuelas.