El covid-19 causó miles de muertes a lo largo del año 2020. También provocó graves estragos en el mercado de trabajo. La pandemia acabó el año pasado con más de medio millón de empleos y elevó la tasa de paro hasta un escalofriante 16,1% según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). El golpe se produjo sobre una economía que no había recuperado todavía el empleo perdido durante la larga crisis iniciada en el 2008. Más aún, la destrucción de empleo, en la anterior crisis y en la presente, se ensaña en un país cuya economía sufre de un mal crónico y aparentemente incurable, la altísima tasa de paro en relación con los países de su entorno.

La situación hubiera sido mucho peor sin la ingente cantidad de dinero destinado por la Administración a los expedientes de regulación de empleo (ertes), inversión que deberá continuar si se quiere preservar tanto como se pueda el tejido productivo español. Tal flujo de dinero ha supuesto una preciosa bombona de oxígeno para muchas empresas, ha contenido el paro y ha evitado el colapso de la economía. Que las horas trabajadas hayan caído el doble que la pérdida de ocupación ilustra de forma clara el papel que están jugando los ertes en la contención del desastre. Pese a ello, no hay que perder de vista que se trata de una medida paliativa y que no garantiza la supervivencia de los negocios. Cuantos más meses tardemos en expulsar al virus de nuestra vidas, menos empresas y profesionales se hallarán en condiciones de recuperar la normalidad.

En este contexto, en el cual los negocios de hostelería y los comercios están resultando los más duramente castigados, es necesario tener muy en cuenta algunos datos alarmantes, como el incremento del número de hogares con todos sus miembros en paro o que uno de cada cuatro trabajadores de más de 50 años se encuentre sin ocupación.

La buena noticia, que da pie a la esperanza, es que en el último trimestre del año pasado la actividad económica remontó ligeramente, pues el número de parados descendió entre el tercer y el cuarto trimestre. Ello lleva a pensar que en los primeros meses de este año la economía puede tomar el camino de la recuperación.

El cambio de tendencia es sin duda significativo y viene a desmentir los augurios más catastrofistas sobre la economía española. Lo más importante, sin embargo, es que el cambio de dinámica se confirme, se intensifique y se consolide. No va a ser fácil, habida cuenta de que la situación continúa estando preñada de incertidumbre. Mientras arrecia con fuerza la tercera ola de la pandemia, se han producido impensables problemas de abastecimiento de vacunas, que impiden poder inmunizar a la población con la máxima rapidez, un elemento que resulta absolutamente decisivo. Más aún en un país con la estructura económica de España, donde es fundamental poder abordar la campaña de verano en las mejores condiciones de seguridad sanitaria. A la cuestión de la falta de vacunas se suman otras incertidumbres, como el impacto negativo que los nuevos tipos de virus pueden causar, contribuyendo a complicar la situación de unos hospitales y unas unidades de cuidados intensivos que están alcanzando su límite.