Leo, con algún retraso, el libro de memorias de la decana de las escritoras aragonesas, Rosa María Aranda, publicado por la Biblioteca Aragonesa de Cultura: "Paisajes internos. Anecdotario vital".

Se trata de un volumen lleno de colorido y calor, escrito a ráfagas, proustianamente, según el hilo del recuerdo devolvía al presente uno u otro episodio.

La pluma fácil, fluida y poética de Rosa María Aranda ha ido reconstruyendo esos pasajes elegidos por su memoria con un tono amable y evocador, laminando los malos recuerdos, acariciando los buenos, y proporcionando al conjunto de su larga existencia un tono animoso y creativo, el mismo, probablemente, que le llevó a desear escribir, a intentar convertirse en novelista y poeta (además, sería otras muchas cosas, entre ellas guionista de cine). "Soy una escritora de vocación. Así de sencillo. Lo que me propuse y siempre soñé fue no llegar a escribir tan bien como Cervantes: mejor. No es un farol, es un puro ideal".

Rosa María se remonta a su idílica infancia, que resultaría menos idílica para los pichones que su hermano y ella lavaron con jabón Lagarto en una finca de Aravaca, provocando un "palomicidio" en serie. Eran tiempos de opulencia. La familia Aranda vivía en Madrid, con chófer y Buick, entre la peña de Chicote, las Mantequerías Leonesas y la perfumería Alvarez. Un día, la niña Rosa vio cómo el rostro de Alfonso XIII, cuyas facciones ya no se le olvidarían, asomaba por la ventanilla de su coche. Otro día contempló arrobada tocar en el piano de su casa a Ataúlfo Argenta.

Vino después el traslado a Zaragoza, con algunas apreturas, y una adolescencia intensa y feliz. Rosa aprende natación en la vieja piscina de Torrero, se casa, tras una bonita historia de amor, con Fernando de la Figuera, y escribe su primera novela: "Boda en el infierno", que inmediatamente sería llevada al cine por el director Antonio Román. El estreno madrileño, en el Palacio de la Música, debió ser todo un espectáculo, con alfombra roja y rostros famosas. La autora acabó la velada en el chalet de Florián Rey, ya un mito, por entonces.

La joven Aranda iba lanzada. Su marido fue destinado a Marruecos, por lo que la familia debió trasladarse, pero eso no sería óbice para que la imprenta diera a la luz la segunda novela de la autora aragonesa; "Tebib", que en árabe significa "doctor". Y, sin solución de continuidad, aparecería, en 1942, "Cabotaje", cuyo tema, el tráfico de drogas, se anticipaba en muchos años a la actualidad.

El libro, amén de infinitas anécdotas, viene ilustrado por fotografías del álbum familiar. Divertidas imágenes de Lambrettas y pantalones de pitillo, de peinados a lo Lana Turner y campeones de natación de los años cincuenta. "Paisajes internos" es, también, una intrahistoria de la ciudad de Zaragoza con sus luces y sombras narradas por el espíritu lúcido y a veces burlón de Rosa María, cuya labor cultural sería incansable. Una jovencita Soledad Puértolas la acompaña en una de esas fotos, junto a otros escritores: García Badell, Encarnación Ferrer, Santiago Lorén, Ana Navales...

Reconfortante y nostálgico relato de una época que muchos no conocimos.

*Escritor y periodista