La ventaja del marcelinato es la estabilidad. Lo que nunca ha habido en esta autonomía. Hizo bien el presidente en vender ese lema para las elecciones. Aunque sólo sea por la novedad, la estabilidad es un valor intrínseco. Además, que se supone que esa continuidad permite hacer cosas, avanzar en las que ya estaban empezadas, hacer retoques, minicrisis consejeriles sin que nadie rechiste. Lo bueno de esta estabilidad es que funcione también hacia dentro, que el PSOE aragonés sea operativo, que no riñan como suelen. Todo indica que el presidente controla el partido. Pero, claro, la estabilidad no es suficiente. Se han de ver avances, emociones en marcha. No sólo de vender pastillas de suelo vive una autonomía. La tele autonómica se gesta --se supone que se gesta-- en la penumbra. Las Cortes de Aragón se han ido evaporando, la Aljafería parece sólo un parking de lujo. La incógnita del socio de gobierno, que no asoma, no es el menor de los problemas para esa estabilidad que a ratos parece encaminarse al tedio. El problema de siempre de los gobiernos aragoneses, desde cuando aún no eran gobiernos, desde la preautonomía del Renault-12, es la sumisión a los respectivos partidos, desde la UCD hasta el PSOE pasando por el bochornoso asunto del trasvase del PP, auténtico clímax de esta lacra ya tradicional.

Si algo permite la estabilidad interna y externa es la posibilidad de sacar pecho por Aragón y cambiar esta deprimente tendencia. No se trata de enfrentarse sin motivo al poder central. De hecho, el marco ideal es que no haya motivo, que avancen las obras a toda leche, que se haga el AVE Madrid-Teruel sin más dilación, que se agilice la lista de siglos, que paguen los atrasos de Sanidad y que no trasfieran más pufos como los que nos endosó el PP. Lo mejor es que no haga falta sacar pecho, ni decir nada: que el Estado se comporte de una vez lealmente con esta sufrida comunidad. Lo mejor es que no haga falta hacer nada. Lo mejor es que --en expresión autóctona-- no haya que significarse . Pero a veces hay que dar un toque. Esa nefasta tradición de servilismo gratuito, organigramático, aparatítico, no ha traído más que disgustos (y ha propiciado el formidable despegue de la Chunta). De manera que aunque sólo sea como marketing político, los grandes partidos han de alterar esa tradición.

*Periodista y escritor