El puente de hierro de Zaragoza cruza el Ebro de azul y blanco, porque así lo quisieron sus habitantes. La institución que preside Juan Alberto Belloch ha recurrido a asuntos menores para pulsar la opinión de sus vecinos. Pero no lo hizo, por ejemplo, con el ruidoso caso del tranvía. Y es mucho. Al menos, en comparación con otros municipios o con el Gobierno central. Con una enfermiza aversión a los referendos, los inquilinos de la Moncloa salen muy mal parados si se miran en Suiza, Irlanda, Islandia, Canadá o EEUU. Solo los ahora best-sellers Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero preguntaron sobre la adhesión de España a la OTAN y la Constitución Europea. El último presidente socialista ya no se interesó, sin embargo, por la opinión del respetable cuando, para pasmo de su electorado, sacralizó el déficit. Tampoco Mariano Rajoy, fan de los decretos-leyes. Lo importante queda, si acaso, para las mayorías parlamentarias, sobre las que sí nos pronunciamos cada cuatro años. Pero hasta ahí llega la soberanía popular. Es lo propio del sistema representativo, en el que los gobernantes abominan de la participación directa de los ciudadanos. Así se desprende de un libro, coordinado por el catedrático Manuel Contreras y la profesora Eva Sáenz, que simultanea la Universidad de Zaragoza con la organización del PSOE aragonés. El texto invita a muchas reflexiones sobre la actitud de nuestros políticos a la hora de conocer qué opinamos, pero quizá la principal aflore como una pregunta: ¿de qué tienen miedo? Periodista