En democracia, no importa tanto que usted esté a favor o en contra de que sus hijos reciban clase de religión. Lo que importa de verdad es que usted pueda defender públicamente su particular opción con libertad y sin que nadie le criminalice o le llame "casposo" o cualquier otra lindeza. Lo importante no es tanto lo que usted crea --porque el pensamiento, ya lo decía Ortega, no delinque-- sino que pueda opinar libremente, ser escuchado con liberal atención y, si es preciso, ser rebatido con respeto.

Por eso creo que lleva razón Jordi Pujol --un político al que la jubilación, para variar, le ha sentado bien-- cuando defiende el derecho que tiene la Iglesia Católica, sus pastores y sus fieles, a movilizarse frente a proyectos políticos con los que no están de acuerdo por cuestión de principios. De la misma forma que nadie podría negar similar albedrío a quienes, por ejemplo, defienden el matrimonio homosexual, la laicidad de la enseñanza o las clases de religión musulmana en las escuelas públicas.

Una sociedad abierta no se construye desde la adhesión inquebrantable, el cierre de filas y el pensamiento obligatorio. Se construye, desde la diversidad ideológica, con diálogo y discusión, con intercambio de puntos de vista. Completando o enriqueciendo nuestras ideas sobre la vida y sus asuntos. La sociedad española no debería emprender cambios sociales de importancia sin escuchar lo que piensa el otro. Sin intentar tender puentes para el diálogo. Hay que optar entre el debate o la mordaza.

*Periodista