Hace dos semanas que los restos de Franco debían ser exhumados del Valle de los Caídos para ser enterrados junto a los de su esposa en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, según la previsión del Gobierno. La decisión del Tribunal Supremo, sin embargo, paralizó la exhumación como medida cautelar hasta que los jueces se pronuncien sobre el fondo del asunto. Es de esperar que la decisión final sea favorable al traslado. Hasta ahora, una exhumación que parecía fácil se ha convertido en una interminable batalla jurídica debido a que la familia se ha opuesto a la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez. Está en su derecho de utilizar todos los recursos disponibles, pero esta oposición férrea de una familia a la que la democracia no ha exigido responsabilidad alguna solo tiene el objetivo de dificultar al máximo una exhumación que hace años que debía haberse hecho, en abierta desobediencia a un Gobierno democrático, y reivindicar los horrores de una dictadura simbolizada en el Valle de los Caídos. Lo más llamativo del auto del Supremo que paraliza el traslado de los restos del dictador es un párrafo en el que se le considera jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936 cuando al menos hasta febrero de 1939 el presidente de la Segunda República seguía siendo Manuel Azaña. Aunque algunos prestigiosos historiadores han declarado que desde el punto de vista jurídico Franco podía considerarse jefe del Estado desde esa fecha -otros opinan lo contrario-, el Supremo podía haberse ahorrado el polémico párrafo. Es sabido que la judicatura es el poder del Estado que menos cambió durante la Transición, por lo que ese párrafo del auto ha removido fantasmas del pasado. Es exagerado decir, de todas formas, que el Supremo ha legitimado el golpe de Estado franquista que originó la guerra civil. Durante los 40 años de democracia, una parte de la izquierda ha denunciado la supuesta pervivencia del franquismo. Ahora, el independentismo catalán ha tomado el relevo en la defensa de esta tesis. Pero el franquismo pervive mucho menos de lo que estos sectores denuncian. Hay, ciertamente, hábitos y formas de hacer política que pueden tener su origen en la dictadura, pero la democracia española es madura, plena y está totalmente consolidada. Actualmente, el mayor peligro es la aparición de un partido, Vox, que no solo no reniega del franquismo, sino que lo reivindica.