Desde hace mucho tiempo (pongamos 20 o 30 años), los debates sobre el estado de la comunidad se ciñen a un esquema fijo, como una especie de protocolo obligado. El presidente describe una situación estupenda con datos que le han mandado desde los departamentos, anuncia nuevas inversiones y proyectos perfectamente previsibles. Entonces, la oposición replica, casi siempre con datos y argumentos improvisados. Se sostiene un insustancial y aburridísimo duelo retórico. Se aprueban (o no) resoluciones meramente indicativas que jamás se llevarán a la práctica... Y hasta el año que viene. Lo de estos días no ha sido distinto.

En realidad, a la gente del común este debate se la refanfinfla (que diría el compañero Iglesias). Será por eso que, frente a lo minucioso y extenso, por ejemplo, de la información meteorológica diaria, las noticias relativas a la actividad de las Cortes aragonesas se ciñen a generalidades tan consabidas que ya no pueden ser actualidad... Salvo en los medios convencionales, donde aún finjimos que nos tomamos en serio la agenda institucional al uso. Mañana será otro día, y nadie se acordará de nada. Dentro de unos pocos meses, sabremos que seguimos perdiendo población, o (¡no quieran los dioses!) los jefes de la PSA (Peugeot+Citroën) nos romperán los esquemas advirtiendo que Opel no es tan eficiente como pensábamos.

Mientras, pasamos de todo. Porque ese todo no es casi nada. Lambán quiere seguir siendo presidente aunque pierda la dirección de su partido. Podemos es otra incógnita. No sabemos hasta dónde llegarán las iniciativas de un Beamonte empeñado en no salirse de los moldes habituales y en ceñirse a los argumentarios generales de su partido. Arturo Aliaga se mantiene en su gracioso registro, y basta. De Ciudadanos poco se puede decir, porque poco hacen o dicen o sugieren desde tan fantasmal partido, CHA e IU son testimoniales (aunque de lo mejor de las Cortes de Aragón). Así el debate vino y se fue. Como año pasado y el pasado y el pasado... Y el próximo.