El debate televisado de los cabezas de lista de PP y PSOE a las elecciones europeas transcurrió por el previsible camino del reproche, en sintonía con una primera semana de campaña en la que se ha hablado más de España que de Europa. Ante la falta de propuestas claras, el cruce de acusaciones en clave de política doméstica entre los dos candidatos fue la constante en un tiempo perdido, o por lo menos mal aprovechado. El exministro Arias Cañete utilizó los datos favorables sobre la supuesta recuperación económica de España y se refugió en la herencia recibida para eludir responsabilidades, mientras que la socialista Elena Valenciano, recordó el rescate financiero bajo el mandato de Rajoy y afeó los recortes del PP desde que gobierna las comunidades y el Estado. El resultado fue un debate de gran pobreza argumental, en el que los telespectadores apenas pudieron sonsacar un par de ideas claras del proyecto europeo que defienden los dos partidos mayoritarios.

De perfil tan bajo sería el debate que la única polémica digna de mención que generó fueron las bravuconadas pronunciadas al día siguiente por el candidato popular para justificar sus carencias como orador o contertulio y su inaudito recurso a la lectura en lo que debía ser un cara a cara. Tuvo Arias Cañete el atrevimiento de asegurar que se había apostado deliberadamente por un perfil bajo con el argumento apolillado de que enfrente tenía a una mujer y no a un hombre. "Si soy yo mismo me temo, porque entraría a matar. Entonces, el debate entre un hombre y una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad intelectual parece que eres un machista que está acorralado a una mujer indefensa". Féminas de toda ideología estarán pensando hoy si votan a este exponente ibérico de macho alfa que confunde testosterona y neurona. A Elena Valenciano, más templada y convincente en sus exposiciones, no le hacía falta semejante ayuda de un exministro tan dado al exabrupto para ganar el debate, pero si había quedado alguna duda sobre el resultado, Cañete se encargó de perderlo definitivamente cuando se metió un gol en propia puerta por bravucón, antediluviano e impresentable.

El ejemplo del cara a cara Valenciano-Cañete pone de manifiesto que los debates políticos, de a dos o entre múltiples portavoces, sirven cada vez de menos. Ese mismo jueves se celebraron otros dos: el de los candidatos postulados por los partidos mayoritarios para presidir la Comisión Europea y el de los aragoneses que aparecen en las listas electorales de las principales fuerzas políticas. En el acontecido en Bruselas entre Juncker, Schulz, Verhofstdar, Keller y Tsipras quedó claro que solo hay dos temas candentes en la agenda política y económica inmediata: el mantenimiento o el abandono de las políticas de austeridad y la velocidad de las reformas exigidas por los Estados poderosos o por los organismos económicos internacionales. Y ahí es donde el debate se queda manifiestamente corto, pues los ciudadanos mínimamente informados ven la sombra de los mandatarios de cada país imponiendo el ritmo de las reformas más importantes, muy por encima de la voluntad de la Comisión. El Eurogrupo, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial acaban mandando lo mismo o más, por lo que cabría preguntarse si el debate debería de haber sido entre los candidatos propuestos y los mandatarios de estos lobis. ¿O es que alguien piensa que el presidente saliente, Durao Barroso, no ha aplicado las recetas que le han susurrado al oído la canciller Merkel desde Alemania, Chirstine Lagarde desde el FMI o el propio Jean Claude Juncker desde el Eurogrupo...?

En el caso del debate aragonés, quedó claro que existen diferencias ideológicas y de planteamiento, pero la regionalización de los discursos es casi imposible. Se habló de comunicaciones, de agua y de trasvase, con un cierto grado de consenso, así como de política agraria y de propuestas económicas y sociales, con enfoques divergentes, pero en ningún momento se vieron ideas particularmente innovadoras, ni discursos nuevos en la posición Aragón-Europa. Tan previsible como era de esperar, apenas el rifirrafe entre las actuales eurodiputadas por PP y PSOE, Verónica Lope e Inés Ayala, respectivamente, a propósito de la corrupción, hizo que aquella sucesión de turnos de palabra adquiriera tintes dialécticos interesantes.

Para que los debates sean creíbles, deberían realizarse frecuentemente, sin los corsés de las campañas electorales. Permitiendo a los ciudadanos extraer sus propias conclusiones sobre el nivel de preparación y de empatía de los principales cargos públicos. Es imposible sumergir a un electorado distante en debates de esta naturaleza, si acontecen apenas una vez cada dos años, sirviendo a las componendas o las aspiraciones de los partidos más que a los intereses reales de la ciudadanía. Sin pedagogía en el periodo entre elecciones, los debates televisados en las campañas electorales acaban perdiendo su sentido.