Ya decía Karl Popper, con toda la razón, que la grandeza del régimen democrático radicaba en la posibilidad real que tiene el pueblo soberano de sacudirse a sus gobernantes. El latino vencer a los soberbios ha vuelto a tener vigencia el 14-M y, por mucho que se objete el liderazgo insípido de Zapatero, eso es lo que hay. El móvil y la rabiosa movilización del voto por la conmoción de los atentados --dos fenómenos a estudiar de la nueva sociedad red-- motivaron un vuelco electoral espectacular.

Ni el uso de los medios de comunicación de masas del Estado, ni el poder de situación que da el disfrute de los resortes públicos, ni la exagerada confianza en la valoración positiva de una gestión, que tenía sus luces y sus sombras, bastaron. El ejecutivo en funciones volvió a dar otra muestra de insensibilidad --no aprendió, obviamente, las lecciones de la catástrofe del Prestige -- y despreció el mortífero efecto electoral que podría acarrearle incluso la simple sospecha de manipulación informativa.

En política, la arrogancia siempre se paga. Aznar, a quien personalmente tengo por político honesto y consecuente, aunque excesivamente férreo, ha arrastrado a su partido al despeñadero. Severa lección para quienes piensen que pueden tratar a ciudadanos libres como si fueran sus palafreneros. Los casi diez millones de votantes del PP van a pagar ahora el pato de sus errores de apreciación. Como les ocurrió a los socialistas hace ocho años. Señores del Partido Popular: vayan haciendo autocrítica.

**Periodista