Recientemente, diversos medios de comunicación han publicado una parte del informe PISA (2012), referida al papel de los deberes en las desigualdades de la educación. Aunque en dicho informe no se correlaciona el tiempo dedicado a la ejecución de esos deberes con el rendimiento escolar, es fácil concluir afirmando que no influyen para nada, ya que los países en los que los estudiantes dedican menos horas semanales a esa tediosa labor (Finlandia, Corea del Sur, etc.) suelen ser los que alcanzan mejores resultados en las pruebas que evalúan el rendimiento en las principales materias. Por el contrario, los países en los que los estudiantes dedican más horas semanales a esa labor (Rusia, Italia, Irlanda, Polonia y España) son los que obtienen peores resultados.

El análisis de la eficacia de los deberes escolares es un tema recurrente en la historia de la educación sin que, a pesar de esa recurrencia, podamos disponer de resultados fiables y concluyentes. La causa de esos contradictorios resultados se debe a que no existen investigaciones rigurosas sobre el tema y a que su análisis ha sido hecho desde planteamientos ideológicos. Mi punto de vista, tan discutible como cualquier otro, es que los deberes extraescolares pueden ser útiles o inútiles, dependiendo del objetivo de los mismos y de cómo se lleven a cabo.

La justificación más utilizada por parte del profesorado para prescribir deberes es la enorme carga del curriculum obligatorio, lo cual impide que en el horario escolar haya tiempo suficiente para estudiar todos los contenidos. Si esa fuera la causa real, la solución más lógica sería aumentar el número de horas que pasan los estudiantes en la escuela. Sin embargo, hay multitud de estudios que demuestran que los países con mayor número de horas de clase no son los que obtienen mejores resultados en las evaluaciones internacionales, lo que demuestra que esa solución no es la más apropiada. Por otra parte, parece poco ético cargar a los niños con más horas de trabajo, siendo que, desde muy temprana edad, pasan en la escuela tantas o más horas semanales de trabajo que los adultos.

Otra justificación muy utilizada es que hay alumnos que, a pesar de poseer una inteligencia normal, necesitan un refuerzo extraescolar para poder alcanzar unos resultados escolares aceptables. Si esta fuera la verdadera razón, los deberes deberían estar destinados únicamente a esos alumnos. Sin embargo, existe unanimidad en que ese tipo de alumnado requiere una mediación eficaz por parte de psicopedagogos para lograr que su aprendizaje sea significativo, mediación que no reciben si son ellos solos, o con el simple apoyo de los padres, quienes tienen que aprender lo que no han sido capaces de asimilar dentro del horario escolar. Es más, aunque tengan esa mediación de un experto, el remedio es peor que la enfermedad si lo que se les manda que hagan es una simple repetición de lo que hacen en la escuela. Hoy se dispone de abundantes datos, demostrativos de que lo que requieren estos alumnos son programas que les enseñen correctas estrategias de aprendizaje.

Una razón, poco admitida públicamente aunque sí señalada a nivel privado, es que la finalidad de los deberes es impedir que los niños y jóvenes molesten a los padres y evitar que pasen demasiado tiempo ante el televisor o ante la pantalla del ordenador y del teléfono móvil. Probablemente, ese es el verdadero objetivo de los deberes. Lo que ocurre es que, al mismo tiempo, esa finalidad contribuye a desmotivar a los alumnos y a que odien cada vez más el aprendizaje de los contenidos académicos.

Si, como parece, los deberes escolares, prescritos para hacer en casa fuera del horario escolar, son tan cuestionados por los investigadores, por una buena parte del profesorado y también por muchas familias, parece pertinente hacerse esta pregunta ¿Por qué no se prohíben? No cabe duda de que no existe una respuesta unívoca. La que a mí me parece más coherente es que los deberes contribuyen de forma muy eficaz a perpetuar las dos funciones principales de la escuela en las sociedades capitalistas: tener controladas a las generaciones jóvenes y hacer mayores las diferencias entre los alumnos que pertenecen a diferentes clases sociales.

Como afirma Holt (1970), en las sociedades complejas no es suficiente para controlar a los niños y jóvenes tenerlos encerrados durante seis o más horas al día en las escuelas para que no causen problemas, sino que además se requiere prolongar ese control al ámbito extraescolar. Por otra parte, los deberes contribuyen a diferenciar a los alumnos procedentes de familias cultas de aquellos otros cuyos padres son incapaces de ayudar a sus hijos a realizar las actividades académicas, al carecer de un nivel cultural suficiente. Tal y como asegura el profesor Gimeno Sacristán (2000), la universalidad de la escuela para los sujetos diversos se acaba a la entrada del recinto escolar; después, el curriculum y las imposiciones académicas, entre las que ocupan un lugar importante los deberes extraescolares, logran aumentar esas diferencias de clase social y en los casos más extremos consiguen la exclusión de los alumnos que quedan fuera de la norma.

Catedrático jubilado de Pedagogía. Universidad de Zaragoza