Desde hace años, asisto de cerca al debate aragonés del agua. No lo domino técnicamente ni forma parte de mi colección de pasiones. Pero mi compromiso político y territorial no me ha permitido nunca seguirlo pasivamente. He opinado muchas veces y --aún a riesgo de producir otra vez la incomprensión de los chamanes de la nueva cultura -- seguiré haciéndolo.

Por prudencia --no quiero más autos de fe-- me apresuro a proclamar solemnemente que no propugno el desarrollo de unos municipios a costa de la desaparición de otros. Ningún pueblo de arriba --por decirlo de otra manera-- debe ser inundado para almacenar agua que beneficie a los de abajo. Pero, a continuación, por decencia, dadas las circunstancias presentes, me siento obligado a salir en defensa de unos paisanos a los que, a menudo, la letra impresa anuncia con las prevenciones reservadas a los seres abominables de cualquier especie. Puede parecer una exageración, pero es tanta en este caso la perversión de la realidad que, a estas alturas, no tiene ni un punto de ironía informar al lector de que un regante no es más que un agricultor, un honrado profesional dedicado desde el Neolítico a la producción de alimentos, lo cual sólo sabe hacer mezclando la tierra con el agua, es decir, regando.

QUE DESPILFARRA recursos hídricos es la primera calumnia utilizada para descalificar su petición de aumentar las reservas embalsadas. Pero lo cierto es que, por regla general, invierte en la modernización de sus explotaciones con un sentido de la responsabilidad cívica del que carecen la mayoría de nuestros sectores productivos. A pesar de todo, su futuro se presenta teñido de incertidumbres varias. Pero, en vez de apoyar ante las instituciones las soluciones de viabilidad que él reclama, sus detractores convierten sus problemas en razones para acelerar su desaparición, ahorrando así a las arcas públicas las inversiones que podrían evitarla.

Hora es, por tanto, de que, quienes tenemos esa convicción, publiquemos sin complejos que los regantes, es decir, los agricultores, lejos de ser un lastre para la comunidad, son un activo importante para su desarrollo. A algunos extrañará que lo nombre en términos de simpatía y de solidaridad, pero, a partir de ahora, no seré yo quien participe en ceremonias de desprestigio de gente como Luis Ciudad, presidente de la Comunidad General de Regantes de Bardenas, a quien no elijo por afinidad ideológica o política, que no existe, sino porque preside un sistema del que fueron usuarios mi abuelo y mi padre, lo cual sí es una afinidad a tener en cuenta.

Gente como Luis Ciudad que, a veces, han incurrido en excesos y desatinos discursivos, aunque siempre de calibre menor comparados con la intolerancia y la violencia verbal característica de sus detractores, por más que éstos diviertan más a los cenáculos urbanos y a sus voceros y tengan por ello mejor prensa. Gente capaz de entender a sus congéneres rurales de la montaña mejor que los "mesías urbanos de fin de semana" y, por tanto, más comprensivos que nadie con cualquier salida razonable que se le dé al conflicto actualmente suscitado en torno a las obras de regulación de nuestros ríos.

Gente como Luis Ciudad, que esperan el recrecimiento de Yesa desde hace veinte años --muchas veces sin poder terminar la campaña de riego-- y que, en última instancia, sólo aspiran a que se garanticen sus suministros presentes y futuros, "cómo sea me da igual", por utilizar palabras recientes del presidente de la Comunidad de Bardenas ante la pregunta ritual de la cota óptima de la futura presa.

Gente como Luis Ciudad, que, decididos con sus hijos a seguir en el viejo y noble oficio de cultivar la tierra, saben ya --porque se lo ha dicho la Administración-- el agua que necesitan para ello y esperan que sus gobiernos --el de Zaragoza y el de Madrid-- se la proporcionen pronto, sin más demoras alentadas por terceros ni más juegos florales ni ejercicios de esgrima fratricida en los que -a falta de otras habilidades- tanto destacamos los aragoneses.

Gentes cuya contribución es básica para la construcción de un nuevo modelo de desarrollo del medio rural, una empresa común que, sin un complejo agroalimentario moderno y competitivo, es sencillamente inviable, por mucho turismo rural y muchos servicios que prediquen los "mesías de la new culture ". Gentes, en definitiva, a las que importan poco las "nuevas inquisiciones" --así les va-- pero que, desde luego, tienen todo mi respeto y, por supuesto, todo mi apoyo personal y político.

*Secretario general del PSOE-Zaragoza y presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza