Hace seis años en este periódico escribía un artículo titulado Hubo un día que… La motivación de su redacción me la propició la estancia de un familiar directo en el hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza, en la planta 1ª de Angiología y Cirugía Vascular. Comentaba que desde el ingreso la atención humana y profesional fue exquisita. Los médicos/as explicándote con gran tacto el proceso de la enfermedad. Los enfermeros/as día y noche tratando con gran cariño a los enfermos, tarea, a veces, no fácil al estar aquejados algunos de problemas psicológicos. Su presencia permanente cambiando goteros o sondas; proporcionando calmantes, midiendo la tensión, la temperatura, el azúcar o inyectando insulina. Las auxiliares cambiando pañales y la ropa. Los celadores atentísimos. Las limpiadoras dejando unas habitaciones y pasillos impecables. Pude constatar los numerosos medios humanos y materiales para superar la enfermedad. Obviamente señalaba que todos estos servicios cuestan dinero. Es una obviedad: naturalmente hay que pagar impuestos. Hecho que a algunos españoles se nos olvida. Me sirvió para reafirmarme en la convicción que ya tenía muy clara: el Servicio Nacional de Salud, era la auténtica joya de la corona de nuestro Estado de bienestar, del que todos los españoles podíamos disfrutar sin discriminación alguna en condiciones de igualdad en un ejercicio de solidaridad de toda la ciudadanía. Por ello, me parecía una vergonzosa falta de ética la enfermiza obsesión de nuestra actual clase política dirigente en privatizar la sanidad pública. Muy enojado decía que no nos vengan con milongas, ya que su pretensión no era proporcionar un mejor servicio a la ciudadanía. Lo que había detrás era el hacer negocio con un derecho fundamental, ya que los 70.000 millones del presupuesto sanitario del 2013 era una tarta apetecible para capitales ávidos de inversión. Está en nuestras manos, advertía, el impedir que consigan sus espurios objetivos. Si les dejamos hacer, es probable que en un futuro no muy lejano nos veamos obligados a contar a nuestros nietos: hubo un día que los españoles disfrutaban de un servicio sanitario universal.

Ahora mismo por la estancia reciente en el mismo hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza de un familiar directo, mi esposa, aquejada de un cáncer de mama, cuya evolución es positiva, me reafirmó todavía más en lo que expresé hace seis años. El trato de todo el personal sanitario, como entonces, extraordinario, desde el diagnóstico, el preoperatorio, el ingreso, la operación quirúrgica, las curas, las consultas oncológicas, las ecografías, los goteros. A todos ellos mi más profunda enhorabuena. También he pensado en el gran costo económico que exige el tratamiento de determinadas enfermedades. Y, aunque sea acusado de reincidente, este servicio público, es decir accesible a todos, insisto a todos, exige pagar impuestos. No hay otra opción. Por eso sorprende la auténtica obsesión de algunas fuerzas políticas de llevar a cabo una rebaja indiscriminada de impuestos, desde sucesiones, patrimonio, donaciones, IRPF, sociedades, etc. Y una gran parte de la ciudadanía tal propuesta la asume y la aplaude irresponsablemente. Mas, aquí hay trampa. ¿Qué es lo que se esconde tras ese afán de desprestigiar y reducir los impuestos? Muy claro, reducir lo público y allá donde el Estado mengua crecen las oportunidades de negocio privado. Esto es más claro que el agua cristalina. Deteriorar la educación y la sanidad públicas es oportunidad de lucro para la iniciativa privada. Reducir las pensiones negocio para los fondos privados de pensiones. ¿Qué significa privatización? La privatización le quita al Estado la capacidad y la responsabilidad para reparar y mejorar las condiciones de la gente; elimina también la responsabilidad de la conciencia de sus conciudadanos, al desvincularse de los problemas comunes. Es el sálvese quien pueda. Lo único que queda es la caridad. Pero esta es una respuesta inadecuada ante tanta desigualdad e injusticia. De manera que aunque la privatización tuviera el éxito económico que se le atribuye (por cierto, más que dudoso), sigue siendo una catástrofe moral. Sorprende que a muchos ciudadanos se les olviden las funciones de los impuestos. Es el principal instrumento de los estados para redistribuir la riqueza y paliar las injusticias. Sin una política impositiva progresiva y redistribuidora es imposible garantizar la igualdad de oportunidades.

Termino con las palabras de Rafael Matesanz, el creador y director hasta 2017 de la Organización Nacional de Trasplantes, organismo coordinador de carácter técnico, perteneciente al Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, y al que los españoles podemos recurrir en caso de necesidad. «El que seamos líderes a nivel mundial es el resultado de la combinación tres cosas, una especie de trípode: un modelo organizativo; coordinadores de trasplantes en los hospitales muy bien entrenados, que saben cómo consultar a las familias y cómo detectar posibles donantes; y un Sistema Nacional de Salud realmente potente y que atiende a toda la población. Esto último es muy importante porque el mensaje «todo el mundo debe dar porque todo el mundo puede recibir» se asienta sobre la población española que, a su vez, es muy generosa. No sería así si faltara alguna de estas tres patas».

*Profesor de instituto