Era un caso imposible; no conseguía acabar nada de lo que empezaba. Dejaba siempre todo a medias. Siendo muy pequeño, dejó el colegio a los pocos cursos, alegando que no había nacido para estudiar. Empezó a trabajar, pero a los pocos días lo abandonó, decidiendo que pasaba de currar. Quiso ser pintor, pero nunca logró terminar un cuadro. Quiso escribir un libro, pero nunca lo empezó. Quiso plantar un árbol, pero nunca se decidió. Se echó algunas novias, pero con ninguna llegó al altar; las dejaba a los pocos días de empezar a salir, pues se cansaba de ellas enseguida. Estaba terriblemente delgado, ya que nunca conseguía terminar las comidas, aunque estas no fueran muy abundantes. Por las mañanas solía estar de muy mal humor, pues se despertaba bruscamente, justo cuando el sueño parecía llegar al final; ni siquiera los sueños lograba terminar. Era un caso perdido; si empezaba a leer un libro, lo dejaba antes de acabarlo. Si empezaba a ver una película, se salía del cine antes de que finalizase. Si entraba en un museo, nunca llegaba a todos los lugares de la exposición. Si se compraba un disco, nunca llegaba a escucharlo enteramente. Mantener una conversación con él era una locura, pues empezaba a decir algo y al poco se callaba: dejaba todas las frases a medias. Llegó a crearse algunos enemigos, pues nunca terminaba de pagar sus deudas, y si empezaba a jugar alguna partida -ya fuera de cartas, de dados, o de dardos- siempre se iba antes de que acabara. Un día, empezó a cruzar un paso de cebra y -normal en él- no lo terminó de cruzar. Un coche lo embistió, llevándoselo por delante. Aquel día, por primera vez, consiguió terminar algo que había empezado: su vida. Aunque hubo quien opinó que simplemente dejó la vida a medias.

*Escritor y cuentacuentos