La reciente identificación de residuos tóxicos y radiactivos en lodos acumulados durante décadas en el embalse de Flix (Tarragona), y no sólo allí sino también más lejos, cerca del delta del Ebro, abre una vez más --¿cuántas van?-- la cuestión del control de los desechos que empresas y comunidades de todo tipo vierten en la naturaleza.

El informe que han elaborado miembros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) es alarmante, en tanto que señala que se ha encontrado uranio con un nivel de radiactividad superior a los límites establecidos en la legislación internacional. Se han detectado, asimismo, entre las 60 toneladas de metales pesados vertidas al Ebro, otras sustancias peligrosas, como plomo y radio, aunque la actividad de estos elementos se halla dentro de los niveles permitidos.

COMO ERAde esperar, una vez hecho público este informe ha comenzado una serie de declaraciones. Ercros, la antigua Erkimia, responsable del vertido, defiende la legalidad de sus actuaciones, no olvidando mencionar que lleva instalada en Flix más de un siglo. La Generalitat, por una parte, investiga y pide prudencia, pero por otra se une al Consorcio de Aguas de Tarragona señalando que el agua del Ebro no es perjudicial para la salud de las personas. Grupos ecologistas y partidos políticos como Converg¨ncia i Unió reclaman que Ercros asuma al menos parte de los gastos que originará la limpieza de los residuos. Los habitantes del municipio de Flix manifiestan su preocupación. Y uno de los investigadores autores del informe del CSIC declara, manifestando una más que comprensible prudencia, que "por ahora el riesgo para la población no es importante, ya que los materiales radiactivos y el resto de materiales pesados hallados en el embalse de Flix se encuentran muy bien asentados y no sufren erosión".

Ahora bien, independientemente de la legalidad o no de la actuación de Erkimia, existen otros aspectos que no conviene olvidar. El primer dato a considerar es que no se trata realmente de un problema nuevo: Erkimia vertió residuos radiactivos al Ebro entre 1973 y 1988. Y lo hizo públicamente, siendo sus trabajos, supongo, sometidos a controles.

Pero 15 años son muchos años cuando se trata de vertidos de materiales con propiedades que pueden ser dañinas para el medio ambiente, al igual que para la vida, tanto animal como vegetal. Su acumulación constituye una carga de profundidad para un futuro del que, consciente o inconscientemente, muchos no se preocupan en absoluto.

Ignoro si es el caso de las autoridades y habitantes del municipio de Flix, o de otros situados en el área de influencia de su embalse, pero lo que ocurre con más frecuencia de la deseada es que autoridades y habitantes de localidades en las que se producen actuaciones como las que ahora nos alarman, parecen no querer mirar en la dirección que hay que mirar, acaso por el temor a perder una fuente de ingresos, de puestos laborales, que necesitan.

EN ESTE PUNTOme viene a la mente un espectáculo, para mí terrible, al que asistí hace poco. Durante tres días estuve en los alrededores de San Roque (Cádiz). Recuerdo con escalofrío, asomado en un mirador de esta ciudad, la visión de la costa, desde el peñón de Gibraltar, hacia la ciudad de La Línea, siguiendo por las refinerías, y continuando por el Atlántico, poblado de un ejercito de buques anclados esperando su alimento. El espectáculo, con las chimeneas vomitando las 24 horas del día gases, era aterrador.

No hubo taxista que me llevara durante esos días que no me dijera que --literalmente-- les estaban matando, poco a poco, con toda esa porquería. Sabemos que el destrozo que se está produciendo allí es la pesada herencia de unas decisiones que se tomaron en plena era franquista, durante los llamados "planes de desarrollo", cuando la voz de la ciudadanía no se podía oír. Y también sabemos que prescindir ahora de todas esas industrias es perder puestos de trabajo, pero alguna vez habrá que tomar medidas, en la costa gaditana y en las riberas del Ebro.

Pocos días atrás, el Gobierno español aprobaba un plan de asignación de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, del que lo menos que se puede decir que es conservador. Sólo bajarán las emisiones globales en un 0,2% durante el periodo 2005-2007, aplazándose hasta el 2008 el grueso de la reducción, que deberá obedecer a un plan aún no redactado. Se puede comprender la lógica gubernamental, pero lo que es innegable es que constituye un pobre ejemplo para otros supuestos similares.

Hace 42 años una zoóloga estadounidense, Rachel Carson (1907-1964) publicaba un libro que hoy es legendario, Silent Spring (Primavera silenciosa), en el que denunciaba la contaminación que estaba sufriendo el planeta con sustancias químicas cuya presencia se difundía por prácticamente todos sus recovecos y habitantes.

"Por primera vez en la historia del mundo --escribía-- todo ser humano está ahora en contacto con productos químicos peligrosos, desde el momento de su concepción hasta su muerte .... Se les ha encontrado en peces de remotos lagos de montaña, en lombrices enterradas en el suelo y en el propio hombre, ya que estos productos químicos están ahora almacenados en los cuerpos de la vasta mayoría de los seres humanos. Aparecen en la leche materna y, probablemente, en los tejidos del niño que todavía no ha nacido".

El caso del embalse de Flix nos recuerda que hemos aprendido muy poco. O mejor, que nos comportamos como si no quisiéramos tomarnos realmente en serio todo aquello --y es mucho-- que hemos aprendido acerca de los peligros que para la naturaleza tienen los vertidos de sustancias químicas.

*Miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Cienciade la Universidad Autónoma de Madrid.