Quien recibe encargo de ocupar una Delegación del Gobierno en cualquiera de las 17 comunidades debe gozar de la absoluta confianza del presidente español y de su entorno inmediato (núcleo duro, según algunos). Es su representante en un territorio concreto y en tanto que tal máxima autoridad del poder central aunque sus tentáculos, por aquello de la descentralización y la cada día mayor asunción de competencias por parte de las autonomías son escasas, salvada la parte del orden público y aledaños. Cuando detenta el poder de la Nación A y el de la Comunidad B, el delegado de turno debe seguir unas pautas concretas que serán muy otras si en uno y otro ámbito es A quien gobierna. Político hasta las cachas el puesto, Eduardo Ameijide ha sabido ganarse el respeto de tirios y troyanos tanto por su talante democrático como por su capacidad de hacer amigos y de limar asperezas. Llega ahora un nuevo delegado, Javier Fernández, quien en primeras declaraciones ha confesado su condición de militar (en la reserva) y no ser político (¿será posible?). Quienes conocen a este ciudadano hablan de sus bondades, inteligencia, capacidad docente e investigadora, sencillez y compromiso con la democracia. A las gentes del tricornio les ha gustado que se reconozca hijo del Cuerpo. Esperemos que sepa estar a la altura de las expectativas generadas y que juegue a político, al mismo tiempo que sepa potenciar la parte civil de su personalidad, porque los gobernadores (o delegados) procedentes de la milicia son posos de un ominoso pasado.

*Profesor de Universidad