Cuando, entrados ya los Setenta del pasado siglo, la canción protesta se puso de moda entre los progres españoles, Bob Dylan ya no era precisamente el rey del folk-song sino una estrella del rock&roll en pleno viaje hacia su mundo interior y completamente divorciado de la izquierda norteamericana que había querido convertirle en su portavoz y su icono. Pero es que nuestro país estaba moviéndose entonces con unos diez o veinte años de retraso respecto a los fenómenos sociales y culturales que se daban en las diversas mecas de la modernidad: los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Escandinavia. La cultura pop había alcanzado su apogeo anglosajón entre los Sesenta y los Setenta; en España lo hizo en los movidos Ochenta. El nuevo periodismo había sido desarrollado en el Occidente más avanzado al hilo de la guerra de Vietnam y el Watergate; entre nosotros apenas brilló cual estrella fugaz a caballo de los Ochenta y los Noventa.

De política propiamente dicha, qué se puede decir. Sometidos a cuarenta años de dictadura, estuvimos como metidos en un paréntesis que nos situaba más cerca de la América Latina sometida a los generales genocidas que de nuestros vecinos europeos. Lo peor de este anacronismo estructural es que incluso tras la Transición nos forzó a marchar con el paso cambiado en una cuestión básica: mientras de Pirineos para arriba los sistemas democráticos se habían forjado sobre la victoria contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, en España vivíamos una situación a la inversa cuyos efectos se han prolongado hasta nuestros días. Creo recordar cómo a finales de los Sesenta, vi con mis propios ojos a Otto Skorzeny, el SS comando favorito de Hitler y presunto jefe operativo de la organización secreta Odessa, pasearse tranquilamente por Madrid. En aquel mismo momento, mi tío Angel Gavín, oficial del Ejército de la República y luchador antinazi, seguía viviendo en el exilio; al igual que otros muchos españoles era un héroe reconocido en Francia y un proscrito en España.

LO QUE SI sabemos hacer los españoles es ponernos al día con rapidez y entusiasmo así nos dan la posibilidad de hacerlo. Recuperamos el tiempo perdido, aunque a menudo ello sea más un sueño que una posibilidad real. En un mundo donde las cosas cambian a toda velocidad, a veces los anacronismos más arrastrados devienen en fenómenos de insólita actualidad, o al revés. Ha resultado muy curioso escuchar las discursos paralelos pronunciados por Zapatero y Aznar en Estados Unidos (en la ONU y en Georgetown, respectivamente). El primero encarnaba de repente a los añorados líderes pacifistas y neutralistas de hace cuarenta años, en una apuesta que combinaba la nostalgia y la actualidad; el segundo se ponía a la altura del ala más dura del neoconservadurismo estadounidense mediante una intervención pavorosa en la que paradójicamente la invocación de los mitos más carpetovetónicos (la Reconquista que echó de España a los moros ) pretendía ser un guiño anti-islamista extrañamente postmoderno.

No cabe duda de que el habitual atraso español, aunque produzca inesperados bucles espaciotemporales, casi siempre es perfectamente identificable. Por ejemplo, ha sido muy evidente que en el último debate hidrológico habido en España la posición oficial u oficiosa (el apoyo al PHN y a su filosofía) estaba desconectada de lo que hoy ya es norma en la Unión Europea y método ineludible de trabajo en los Estados Unidos. La política hidráulica invasiva y contranatura fue abandonada por nuestros pares occidentales allá en los Ochenta y hoy en día sólo es practicada en países de regímenes autoritarios que lo están sacrificando todo a un desarrollo inmediato aunque sea insostenible (la China comunista es el ejemplo más palmario).

PARECE MASfácil que los españoles actualicemos nuestros comportamientos individuales en lo relativo al sexo, los hábitos cotidianos y cosas así (la comida basura está cebando a nuestros niños, y la telebasura , a sus mayores), que en las actitudes colectivas. Así sucede que el respeto al Medio Ambiente es apenas una presunción. En el Pirineo aragonés, la ampliación de Formigal ha puesto en escena una especie de mina a cielo abierto a escasísima distancia de lo que, ya en Francia, es un Parque Nacional con categoría de reserva integral.

Esa es la encarnación más maldita de un anacronismo. Cuando descubres que a este lado de los Pirineos (aunque sea por unos metros) la cultura europea todavía queda lejos.