La crisis desatada por el coronavirus está poniendo de manifiesto lo que ya era patente en la política española: que hay demasiados insensatos, que la demagogia prima más que la eficacia y que la casta política (¡menuda plaga!) está más atenta y preocupada por sus intereses particulares y de imagen que por el bien común.

El presidente del Gobierno ha reaccionado tarde y sin contundencia ante la emergencia sanitaria; las insensatas ministras del PSOE y de Podemos y las líderes de Ciudadanos y algunas del PP acudieron a manifestaciones masivas el 8-M cuando ya se sabía que había alto riesgo de contagio; el más que insensato secretario general de Vox se paseó por media España, ocultando que había estado en Milán, zona en plena efervescencia del contagio, dando abrazos y besos por doquier, y se encerró el pasado domingo con miles de personas en un acto en Madrid cuando ya tenía clarísimos síntomas de haber contraído la enfermedad; las autoridades permitieron que esta misma semana tres mil madrileños viajaran a Inglaterra para asistir a un partido de fútbol; y así, tantos y tantos casos de políticos insensatos, demagogos e incompetentes, que una vez que esto acabe deberían dimitir.

Pero una buena parte de la ciudadanía no les va a la zaga (al fin y al cabo un país suele tener los dirigentes que se merece y a los que vota). Así, todavía hay quienes dicen que esto de los virus les importa un comino, y que están dispuestos a asistir a concentraciones masivas en Semana Santa, o llenan bares y discotecas sin poner ninguna medida profiláctica para evitar contagiarse o ser contagiado, o toman casi al asalto los supermercados y farmacias, almacenando comida que no necesitan, mascarillas que no van a usar y papel higiénico en tales cantidades que, aunque se limpiaran la parte correspondiente al uso de dicho papel varias veces al día, no acabarían en toda una vida con el que han acaparado en una sola semana.

Esta epidemia nos ha puesto a todos frente al espejo de la realidad. Quizás cuando todo esto pase, ojalá sea pronto, aprendamos de una vez a comportarnos como seres civilizados y solidarios, entendamos a los refugiados, no volvamos a permitir recortes en sanidad e investigación científica, asimilemos nuestros errores para no repetirlos y demos el valor que tienen aquellas personas que no llenan estadios ni acaparan la atención de los medios de comunicación, pero salvan vidas con su esfuerzo, su trabajo y su dedicación: médicos, sanitarios, bomberos, policías… los verdaderos héroes.

*Escritor e historiador