En los últimos años, una de las paradojas de la democracia española viene consintiendo en que el partido ganador jamás gobierna. Más que una sutil contradicción, se trata de una desviación de la ética representativa.

Vamos a volver a padecer este fenómeno de usurpación de la voluntad popular en Cataluña, donde todo hace indicar que investirán honorable a Pere Aragonés, de Esquerra Republicana, siglas que jamás han ganado en Cataluña, pero que, gracias al consentido chantaje al gobierno central, mandan. Sin embargo, Aragonés no ganó. El vencedor de los últimos y todavía recientes comicios catalanes fue el socialista Salvador Illa. Quien, escandalosamente, ni siquiera ha sido llamado a intentar la investidura. Tan sólo le apoyaron los electores, y estos ya se sabe lo que pintan.

Nada.

Tampoco pintan nada los votantes ni las urnas en las mociones de censura, una herramienta parlamentaria que viene sufriendo los malos tratos de la testosterona del poder, siendo francamente abusada, incluso forzada a prostituir sus prestaciones al mejor postor.

Cada vez son más aquellos que, no habiendo ganado unas elecciones, pero cuya suma de diputados, al margen de sus afinidades ideológicas, puede derrocar, desde la oposición, a un gobierno legítimo, se plantean acceder a él por el atajo de las mociones de censura.

Para ello, según estamos sufriendo, y como ya soportó Aragón con el 'caso Gomáriz', hay que reclutar a gentes de otros partidos, tentarlos, corromperlos de una manera o de otra para que, alterando o torciendo su voluntad, cambien de patrón y pesebre, mejorando su situación personal con la excusa de sanear el servicio público.

De este peligroso modo, el ejercicio del parlamentarismo va derivando, en lugar de en una sana actividad legislativa, en una enfermiza obsesión por pervertir su mecanismo en aras de obtener el poder ejecutivo.

Las últimas conspiraciones o mociones han salido bastante mal a sus promotores, pero tampoco les han causado gran daño. Viene ocurriendo, me temo, que el español, como a la comida basura, como a la cultura basura, está poco a poco, moción a moción, acostumbrándose a la democracia basura, y ya ni siquiera protesta cuando le dan las sobras de la legislatura anterior o le hacen un sinpa.