La democracia, sí, es un camino que no acaba nunca, que consiste en mejorar nuestra convivencia, no en trocearla ni hacerla convulsiva. Escribiendo acerca de "La esencia y valor de la democracia", Hans Kelsen aludía a las dos concepciones básicas sobre la naturaleza del Estado, una, la democrática y otra, la autocrática, subdivisibles ambas, ad infinitum.

Kelsen explicaba que aquel tipo de persona en la que el sentimiento de su individualidad se encuentra exacerbado, tiende a identificarse con el autócrata omnipotente y suele sustentar la teoría de que el Estado es, por naturaleza, una realidad supraindividual, colectiva, una especie de un ser supremo, reunión de todos los poderes a través de los cuales se manifiesta y cuyas decisiones dependen de un "ego" y en absoluto, de un "nosotros".

La visión democrática del Estado parte por el contrario de entender que su misión no es dominar a los seres humanos sino procurar la ordenación ideal de las conductas recíprocas de todos ellos, ocupándose del orden regulador, de lo que cabría llamar el común de la conducta ciudadana si trasciende a lo público.

Como regulador y garante de la convi-

vencia, no como superior absoluto de esa ciudadanía, el Estado democrático estimula la pluralidad de ideas y devociones pero exige que todas ellas se mantengan dentro de los cauces establecidos, esto es, que resulta indispensable respetar las "vías democráticas". En otras palabras, el respeto a lo particular, derechos o intereses, acaba allí donde lo particular no respete los elementos del común. Es así de claro.

Kelsen entendió que la ideación autártica respondía a la frase atribuida a Luis XIV "el Estado soy yo", mientras que en el Estado democrático, el sujeto de esa oración es el "nosotros", aunque ello no implique infalibilidad alguna; tanto el "yo" como el "nosotros", no dejan de ser relativos en los humanos y a veces, humanísimos juicios.

Evidentemente, ni el parecer autocrático ni el democrático garantizan la infalibilidad del gobernante. Repito lo bien sabido: que tanto el "yo" como el "nosotros", se pueden equivocar, siquiera el "nosotros" se aproxime más probablemente, al sentir de la mayoría en las decisiones que se adopten pero ni la autocracia ni la democracia tienen asegurado su acierto.

Y eso, ¿qué significa? Pues en principio, que el grado de legitimidad de uno y otro régimen suelen ser diferentes; el de la democracia suele representar la regla general mientras que el de la autocracia suele ser la excepción. Presumiéndolos legítimos en sus respectivos casos, los dos regímenes son susceptibles de perfección o sea, que ambos adolecen de deficiencias y ambos tienen siempre camino por andar. La segu-

ridad (moral, jurídica, económica y social, por no seguir enunciando adjetivos) requiere que la organización del Estado, se preserve de los cambios súbitos de voluntad que pueda inutilizarlos y que se instituyan y operen en lo preciso, dual o unívocamente, según materia.

Normalmente, las mayores deficiencias se ocasionan en los regímenes autocráticos, sin que ello quiera decir que los democráticos estén exentos de males mayores. España está viviendo desde hace poco, aunque se viera venir desde hace bastante más, un curioso pero muy preocupante proceso de separatismo porque un territorio que es comunidad autónoma (una de las diecisiete) querría transformarse en Estado. Un ilustre periodista de un también destacado diario de Madrid, escribiendo del asunto el pasado marzo, titulaba así, su artículo: "Cataluña: totalismo o democracia".

Y dice que "no estamos ante un "totalitarismo" pero sí ante una homogeneización forzada del discurso político, unidireccional y que a eso se le llama totalismo, no democracia". Opino que tiene razón.

Los promotores del intento quieren que se respete su "derecho a decidir", que, para hacer las cosas bien, requeriría el mínimo de dos condiciones: una, que en el proceso que se abriera, la decisión la adoptaran todos los españoles, no solamente los que residan en Cataluña y otra, que se decida "según la Constitución". ¿No será eso lo único democrático?; ¿podríamos dejar el camino que nos dimos y tomar ahora, por un atajo?