Vivimos en una democracia tutelada, manifiestamente mejorable. Nuestro sistema político, nacido en una fulgurante transición desde una dictadura a una democracia, es rehén de su propio éxito. Nos ha ido tan bien con ella, que nos da miedo tocarla o mejorarla. Pero ese inmovilismo puede convertirse en un cáncer que erosione su conquistada autoridad moral. Sea pues bienvenido el anuncio del partido del Gobierno de iniciar un periodo de diálogo para reformar algunas leyes, como la de partidos o la electoral. Probablemente, junto con el reglamento del Congreso y las que rigen el poder judicial, sean las que configuren el esqueleto básico de nuestro juego político.

Una reflexión previa. Nuestra sistema no sólo se ve afectado por las habituales limitaciones de las democracias representativas, sino es que, además, no ha conseguido establecer ni siquiera una mediocre separación de poderes. Nuestra Constitución no consagra tres poderes autónomos. Sólo instaura uno, el del partido político. Quién consiga el poder en su seno --en el que no está garantizada la democracia interna-- podrá elegir y controlar a los diputados, mediante el vergonzoso sistema de listas cerradas y el comisariado del grupo parlamentario. El ejecutivo y el legislativo están pues a las órdenes directas del partido. No son dos poderes, son dos expresiones de un único poder, el del partido político. Y el poder judicial casi igual. La mayoría de los vocales que componen el CGPJ son elegidos por sus señorías, en función de cuotas partidarias. Lamentable y triste, pero real como la vida misma. Tenemos pues que reformar en profundidad, tanto las leyes que articulan nuestro andamiaje político, como la vida interna de los partidos, hoy bajo sospecha.

Y LA DEMOCRACIArepresentativa, ¿es la única posible? El pensador Barber, en su libro Democracia fuerte, sentencia algunos de los males extendidos de las democracias representativas: "Está muy difundida la idea de que bajo un Gobierno representativo, el elector sólo es libre el día que tiene la papeleta de voto en su mano. Pero incluso este acto puede resultar de dudosa consecuencia en un sistema donde los ciudadanos usen esta franquicia sólo para elegir a una élite ejecutiva, judicial o legislativa que a cambio va a ejercer todas las demás áreas de importancia cívica. El principio representativo le roba a los individuos la responsabilidad última sobre sus valores, sus creencias y sus acciones". Rousseau resultaba más tajante: "En el instante en que un pueblo permite ser representado, pierde su libertad". Y en otra de sus críticas afirmaba: "El pueblo inglés se cree libre, pero se engaña extraordinariamente, pues lo es sólo al elegir sus diputados; una vez elegido vuelve a la servidumbre y queda anulado".

La democracia representativa marca distancias entre la política --"eso" que hacen los políticos-- y los ciudadanos, a los que tan sólo les estaría permitido dedicarse a sus actividades privadas o a obras sociales y benéficas realizadas a través de ONG. En nuestra ficción democrática, sólo somos libres un día, en el de la votación. Después a soportar a quienes han colocado las élites de los partidos --que no los ciudadanos-- en el poder. Este sistema de representación aleja la política del ciudadano, que sólo se ve impelido a actuar en dos circunstancias: el día de la votación y en caso de conflicto o escándalo institucional. "Usese sólo en caso de incendio". El 11-M fue un hermoso ejemplo de ello. No se vota a favor de un programa, sino para echar a quienes se han equivocado gravemente.

Castiello fue un valiente humanista, que osó enfrentarse con Calvino en defensa de Miguel Servet. En el siglo XVI los poderosos agrupaban partidos a su alrededor. Castiello afirmó que en esos partidos la lógica de la victoria siempre terminaba suplantando a la lógica de la justicia a la que inicialmente se debían atener. Hoy sigue siendo así. Los partidos dan prioridad a la lógica de la victoria sobre la de la justicia. Casi todo vale con tal de ganar. ¿Márketing, promesas, injurias, poses? Todo está permitido en nuestros hábitos políticos con tal de ganar las elecciones. Y sus forofos respectivos se jactan públicamente de sus "habilidades".

AUNQUEme gustaría equivocarme, creo que la reforma que trae entre manos el PSOE, aunque en buena dirección, será poco más que un maquillaje. Dudo mucho que se atreva a romper los privilegios de representación, financiación y monopolio que tienen en la actualidad los partidos. De antemano ya sabemos que han condenado las primarias internas y las listas abiertas; el aparato partidario mantendrá el poder de premiar a los dóciles y castigar a los librepensadores. Démosle un margen de confianza. Ojalá nos sorprendan y consigan hacernos partícipes de nuestra vida colectiva.

*Exministro de Trabajo y escritor.