Las virtudes literarias, narrativas, de Nacho Faerna habían quedado más que apuntadas en su primera novela, Quieto , por lo que ahora, recién aparecida su Bendita democracia americana , hay que saludarle de nuevo, y leerle con respetuosa atención.

Y no porque el libro, esta Bendita democracia ... esté inspirado precisamente en el respeto, que ni por asomo lo está. Muy al contrario, sospecho que nos encontramos frente a una sátira de principio a fin, de primera a última página. O, como bien afirma Paco Ignacio Taibo II, "ante una literatura en el límite de la tragicomedia, de la parodia, de la novela negra... y por eso mismo tanto más realista".

En los capítulos de esta rompedora novela, fluida y deshinbida, ácida, irreverente, a ratos cruel, pero transida también de una extraña ternura, de un vago aroma redentor, afloran múltiples temas de actualidad, pues las tramas se destejen y entretejen desde el Washington de las agencias de contraespionaje a la España contemporánea, regida por un presidente aficionado al pádel. Faerna, dueño de una imaginación fácil, fértil, que le hace a uno despegar rápidamente del suelo, a bordo de una prosa supersónica, combina un elenco de personajes cuyas costuras comunes hubieran echado atrás a un fabulador menos audaz. Porque esos espías sin corazón, o ese presidente absurdo, se dan la mano en la acción con corruptos misioneros, con honestos comerciantes castellanos, con misteriosos árabes y hermosas mulatas encargadas de trasladar su dulce erotismo a una acción enervada por la violencia y a menudo por la sangre. Un elenco alucinado, en definitiva, como tantos otros personajes de Faerna, colorista y tremendamente eficaz a la hora de conjugar dos de los puntos fuertes del autor: la acción (trepidante) y el humor (surrealista).

La relación de Nacho Faerna con el séptimo arte, en labores de guionista, se percibe en el montaje de la trama, en la inmediata visualización de las imágenes --sencillas, rotundas-- y muy especialmente en la credibilidad de los diálogos, que son rápidos, precisos, y dicen lo que tienen que decir, sin añadir ni restar nada. Esa dedicación al cine y a la televisión, en la que ha tenido como maestros nada menos que a José Luis Borau o a relevantes miembros de la familia Bardem, y que le ha reportado un premio Goya, que él utiliza como reposalibros, ha servido para pulir y desnudar el estilo literario de este singular contador de historias. No hay polvo en Bendita democracia americana , ni paja, ni una escena que sobre hasta llegar a la explosión de un espectacular final que el autor hace hábilmente coincidir con el atentado terrorista contra las torres gemelas de Manhattan.

Después de leer esta novela salpicada por la corrupción del poder y la perversidad de las fuerzas que dominan el mundo, nos queda la duda de si realmente todo será así, tal como nos lo presenta la óptica hiperbólica de Faerna. Nos queda la duda de si Bendita democracia americana , con su carga de irreverencia y subversión, es, simplemente, en el fondo, una novela naturalista. Que podría serlo.

*Escritor y periodista