Abrimos la etapa básica de las vacaciones anuales. Las vacaciones por excelencia. Para los estudiantes y los más jóvenes (incluso si tienen asignaturas pendientes ) una larga etapa --casi tres meses-- de holganza, deseo de aventuras y descubrimiento que, teóricamente, acaso nunca más se repita en su vida. Por eso siempre las vacaciones saben a juventud y para muchos adolescentes están llenas de ineludibles ritos de paso, desde la primera experiencia sexual compartida al pequeño trauma de la experiencia etílica...

(Un joven --varón o hembra-- no puede prescindir de los ritos de paso hacia la madurez. Es mucho más que ridículo intentar prohibirlos o cortarlos. Otra cosa es el apandillamiento del botellón, ese afán de hoy por la bebida y la marcha masificadas. Tampoco creo en su prohibición, pero ha de ser un fenómeno controlado, porque puede llegar a ser muy molesto e incluso agresivo para quienes no participan en él).

LOS YA ADULTOStienen --en el fondo-- mucha menos pasión por las vacaciones veraniegas de lo que declaran, pero claro es, las necesitan. Parar y romper la rutina cotidiana es una necesidad mucho mayor de lo que creen esos ejecutivos que se pasan la vida luchando y trepando y que juzgan íntimamente que el descanso es una renuncia o, lo que sería peor, la sombra de una derrota. Hay altas empresas que se dedican al lujo que barajan, desde hace años, una fórmula parecida a ésta: lujo es parar. Pues parar, hoy, además de una necesidad (pero eso parece importar poco) es una inequívoca señal de dinero o de triunfo. Para el común --y suele estar en lo cierto-- el multimillonario no hace nada. No necesita hacerlo.

Pero la familia más o menos clásica (o el individuo solo) que hoy sale de vacaciones --y sobre todo en verano-- habrá de enfrentarse a un fenómeno nuevo, que todos conocemos, pero del que no sé por qué (creo que intuimos el peligro subyacente) no nos gusta hablar: la democratización de la maleta.

Cuando eran pocos los que viajaban, el viaje era --siempre-- aventurero o lujoso. Los viajes masificados y baratos han roto el lujo (salvo en cotas altísimas) y la aventura o singularidad viajera. ¿No son ya Nueva York o Roma --para quienes viajan en serie-- lugares comunes que no parecen reservar sorpresa alguna?

Por supuesto que todo el mundo tiene derecho a viajar y a conocer. Surge el problema (y el daño) cuando vemos en algo aparentemente trivial como el viaje, un mal (la gregarización) que ha contaminado y roto infinidad de esferas sociales, empezando por la diversión de los fines de semana, y terminando por la universidad o las vacaciones. Todos tenemos derecho a todo, pero nunca se debió --como en la enseñanza-- bajar el listón. Los muchos de hoy debían viajar igual de bien que los pocos de ayer. Pero no es así. Las compañías de vuelos chárter y la llamada clase turista (por no salir de los aviones) permiten precios baratos, pero un inmenso deterioro de la calidad. El viajero --aplebeyado-- es tratado como oveja de rebaño. De hecho si hoy llamásemos a las cosas por su nombre (estamos en la edad del eufemismo) a la clase turista la llamaríamos --como en los trenes de antes-- clase tercera, pues eso es, de hecho: lo peor de lo peor, y no ha tocado fondo.

EL MUNDOsupuestamente maravilloso que vivimos (lleno de sombras) nos ofrece vacaciones masivas y deterioradas. Y trata de poner coto a los ritos de paso juveniles. ¿Se mantendrá sine die el modelo vacacional de julio/agosto? Quienes pueden, se toman ya vacaciones en otros meses y otros continentes. Si cuando todos se van --en mogollón-- los ricos se quedan en sus guaridas doradas para vacacionar en enero, no lo duden, ello quiere decir, no sólo que algo falla en el modelo vigente, sino que falló ya. Es decir, que el fenómeno de la masificación --y los deterioros que conlleva-- no debiera ser silenciado. No nos jugamos el puesto, nos jugamos la felicidad, palabra --ay-- poco de moda.

*Escritor.