El curso de la vida suele ser la vida del curso. De este modo el tiempo lo medimos por ciclos escolares. Los años naturales transcurren con el tiempo físico que marcan las uvas, mientras que la vida transita gracias al reloj que se activa en septiembre. Así tenemos dos oportunidades anuales de marcar nuevos objetivos. También de reiterar viejos fracasos. Pero la clave es la aceleración constante de experiencias. Esa velocidad vital nos obliga a estar en tensión a lo largo de los diferentes jalones del tiempo.

Cruzamos tantas metas volantes que lo que termina volando es la propia meta final. Convertimos nuestra vida en expectativas. Una palabra que nos llena de posibilidades, de esperanzas y de deseos. Pero también quedamos a la expectativa de que ocurra algo, sin actuar ni tomar ninguna determinación. Lo habitual es que nos impongan metas y nosotros nos fijemos expectativas.

Ya tenemos un nuevo conflicto que recorre las consultas de psicología. Nuestra ayuda profesional consiste en transformar las expectativas en metas, desmenuzándolas en objetivos concretos, y cambiar metas inaccesibles por expectativas que no generen frustración. Cuando una persona comprende esto, y se comporta de arreglo a estos nuevos criterios, saborea más la vida siendo que estando. Al fin y al cabo la felicidad consiste en saber disfrutar de la normalidad. ¡Casi nada!

El juego político mezcla en demasía expectativas y metas. Esta ecuación se agita con catalizadores, como son los objetivos personales y los que tiene cada formación política. Que no tienen por qué coincidir. Hasta el momento la izquierda no ha sido capaz de sintonizar la expectativa de la mayoría del electorado, que quería un acuerdo progresista, con la meta de conformar un gobierno. El problema de Podemos es que convirtió su expectativa de entrar en el Ejecutivo en una meta. No hay objetivos ni programa. La clave es cruzar la línea de llegada con una cartera ministerial. En julio no se dieron cuenta de que ya estaban en el podio con tres carteras y una vicepresidencia. Pero no les pareció que pesaran lo suficiente y se bajaron del estrado victorioso antes de recibir el maillot morado de la Moncloa. El PSOE quiere transformar su meta de gobierno en un objetivo de mayoría si hay unas nuevas elecciones. Un encuentro entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez podría concluir de forma muy educada y honesta con una frase manida: no eres tú, soy yo. Y ambos tendrían razón. El adversario socialista no es Podemos, con quien se tendrá que entender de una forma u otra, ahora o tras unas nuevas elecciones. El rival de Sánchez es Rivera. Contra los naranjas va dirigida esa hipotética repetición que desbrozaría un acuerdo más limpio por la izquierda sin una parte de los nacionalistas más beligerantes. Pablo Iglesias es un daño colateral de esta situación. Aunque le cueste reconocerse como tal, dada su tendencia a autolesionarse. En realidad sus verdaderos temores están en su entorno.

Él también respondería en esa cariñosa reunión, a solas, que el desencuentro es por él y no por Sánchez. Don Pablo necesita entrar ahora en el Gobierno antes de que sus confluencias se conviertan en flatulencias y su círculo de poder sea más una Cámara de loros que de Lores. ¿Repetirán acuerdo de coalición con IU y sus socios autonómicos? ¿Qué pasará con un Errejón, emergente en la escena con Carmena, que ya ha avanzado alianzas en territorios como puede ser la CHA en Aragón? Mientras, la próxima semana el Rey comienza una nueva ronda para otra posible investidura. Con tantas le van a terminar llamando rotondas de consultas. Entre el agobio de los plazos, el juego del teléfono (rojo) roto y la última encuesta del CIS, que fortalece a Sánchez, puede que algunos sientan el aliento de Don Juan Tenorio para celebrar con antelación su particular Halloween político. Así que no se sorprendan de todo lo que nos queda por ver en unos días. Y es que no deja de ser curioso que recientemente hayan defendido, incluso la coalición entre PSOE y Podemos, personas como Felipe González y Juan Luis Cebrián. Hay más de un Iván Redondo. Y la derecha también tiene los suyos. Algo no cuadra. La clave es que unas nuevas elecciones podrían fortalecer un futuro a la izquierda jibarizando a Ciudadanos. O al menos provocando su enésima crisis para intentar resolver el secuestro del centro político que ejerce Rivera con sus siglas. Cierto que quien más tiene que ganar con una nueva ocasión electoral es la derecha, quien ya se había despedido del poder estatal por una buena temporada. Pero también se arriesga Casado a seguir siendo el líder del PP con menos escaños, aunque le puedan ceder algunos los naranjas y Vox.

Lo que sí esperamos es que el nuevo curso se rija por la educación, como debe ser en los terrenos de juego. Cuando hablamos de educación en una competición le llamamos deportividad. La política debería ser en realidad «deporlítica», es decir educada y competitiva a la vez. Lógico ya que el deporte ocupa la mayor parte de los acuerdos de principio entre las diferentes formaciones. Habla Azcón y sale La Romareda como un tema prioritario. Se ven el pasado lunes el alcalde y Lambán y la noticia vuelve a ser el campo de fútbol. Y el miércoles ya estaban sentados los cuatro jinetes del Real Zarapocalipsis con el señor presidente para anunciar el juicio final del actual campo (y esperemos que de la Segunda División). Si es que la deporlítica une mucho.

*Psicólogo y escritor