Empieza a ser tan habitual que va camino de dejar de ser noticia, lo que resultaría un síntoma de deseable normalidad en un deporte tradicionalmente volcado, fiel reflejo de la sociedad española, en el entorno masculino. No fue hasta los Juegos Olímpicos del 92 cuando se produjo el punto de inflexión para unas deportistas marginadas en los tiempos oscuros del franquismo. Ahora la selección de baloncesto se ha sumado a la amplia y reciente lista de éxitos, individuales y colectivos, con una medalla de plata mundialista. Porque este hito puede verse también como un espejo de la sociedad española actual. El programa formativo de la federación demuestra que los resultados llegan cuando se ponen los medios desde los organismos deportivos. Así ha ocurrido con la natación, al abrigo de la estratosférica Mireia Belmonte. En este cambio triunfal del deporte femenino también hay casos que brotan casi por generación espontánea como los de la jugadora de bádminton Carolina Marín o la saltadora Ruth Beitia. Pero, eso sí, ya cuentan con una estructura para desarrollar su talento.