El caracol manzana es una especie invasora que por lo visto lleva de coronilla a nuestros agricultores por los muchos males que provoca a sus cosechas, especialmente en los arrozales del Ebro. Los científicos se devanan los sesos para hallar la fórmula que permita detener su expansión. La última esperanza es una gamba gigante de agua dulce, natural de Tailandia, que se alimenta de los huevos de tan dañino gasterópodo. Para evitar que el remedio sea peor que la enfermedad solo se usarían ejemplares macho, lo que impediría su reproducción. No todos los expertos se muestran favorables a esta solución, por lo que habrá que ver si finalmente se implanta.

Las especies invasoras son un drama que afecta a nuestro entorno ecológico y amenaza su estabilidad. Son una consecuencia de la imparable globalización y el trasiego de personas, animales y mercancías que comporta. Los biólogos no cesan de avisarnos de la necesidad de tomar medidas drásticas para evitar daños de gran magnitud. El reto es cómo poner puertas al campo, pues nos llegan a manadas por tierra, mar y aire y no va a ser fácil encontrar la fórmula mágica que nos proteja.

En cambio, no parece provocar tanta alarma la creciente invasión de costumbres de otras culturas que amenaza la supervivencia de las que constituían nuestro acervo histórico. Dos ejemplos permitirán una mejor comprensión del fenómeno. Halloween, con sus máscaras y disfraces, está fagocitando a marchas forzadas los ritos propios de las fiestas de Todos los Santos y del Día de Difuntos. Cierto que el cambio climático, tan evidente este año, ha diezmado a las tradicionales castañeras y solo los esfuerzos de los pasteleros y sus campañas publicitarias mantienen el consumo de panellets y huesos de santo. Pero no deja de ser curioso que una proporción no desdeñable de estas golosinas haya aparecido con formas y colores inspirados en la estética de Halloween. Otrosí, hace escasos viernes en muchos establecimientos comerciales de nuestro entorno aparecieron unos enigmáticos carteles anunciadores de un Black Friday que conllevaba una rebaja de precios en algunos artículos. Esta es una costumbre que tiene lugar al día siguiente del Día de Acción de Gracias, que siempre cae en jueves, ceremoniosamente celebrado en todos los hogares estadounidenses. Auguro que el Black Friday ya ha plantado su semilla en nuestro país y pronto se extenderá como el caracol manzana. No veo qué sucedáneo de la gamba gigante podría evitar su proliferación.

Por estas fechas, miles de sudorosos clones de Papá Noel no paran de agitar sus campanillas ante los grandes almacenes y las tiendas de postín para atraer a los potenciales compradores. Los pajes de los Reyes Magos los sustituyen una vez superada la primera fase de los festejos, cuando los bolsillos de los ciudadanos ya dan síntomas de debilidad. Ocurre lo mismo que con la lotería del Niño, que es un premio de consolación para quienes no salieron bien parados del auténtico sorteo, el de los premios sustanciosos cantados por los niños de San Ildefonso, que se celebra 48 horas antes de la Nochebuena. Para quienes peinamos canas, si nos quedan, estos barrigudos personajes vestidos de rojo son una especie invasora que mina la tradición que tanto nos había encandilado.

LO CURIOSO es que Papá Noel es el sucesor del Heilige Nikolaus, personaje que el 6 de diciembre, día de San Nicolás, se encargaba de repartir chuches y golosinas a los niños en los países del norte de Europa. Yo fui receptor de sus dádivas en el Colegio Alemán de Barcelona. Por cierto, que tenía muy poca imaginación, pues consistían en mandarinas y nueces, que quizá fueran manjares exóticos en aquellos tiempos de muchos aranceles y escasos medios de transporte para un niño germánico pero no tenían aliciente alguno para mí y mis compañeros, que las recibíamos despectivamente. La cuestión es que los inmigrantes holandeses que se establecieron en Manhattan llevaron consigo la tradición e hicieron de San Nicolás el patrón de la nueva ciudad y paulatinamente su nombre derivó en Santa Claus, que es como conocen en Estados Unidos a la figura que por Europa denominamos Papá Noel.

De todas maneras, no hay que desesperar. Este año ha aparecido por estos lares un fenómeno que puede convertirse en una figura internacional y trastocar las costumbres de otros entornos culturales. Me refiero, claro está, al pequeño pero gran Nicolás, que nos tiene embelesados con sus hazañas, que, desde luego, se deben aproximar a lo que los teólogos consideran un milagro. Quizá no sea un santo, pero desde luego es un genio. Verle y oírle en sus intervenciones en los medios de comunicación es un auténtico regalo de Navidad. Y encima, gratis.

Economista