Los aragoneses afectados por la enfermedad depresiva en la ancianidad superan el 10% y solamente uno entre cada diez de ellos recibe un tratamiento adecuado.

La dolencia, unida con frecuencia a otros problemas y siempre a una inmensa tristeza, se asocia a un profundo malestar interior; una penuria íntima que, en el caso de la mujer, puede agravarse con estados de maltrato y precariedad.

La depresión supone una amenaza grave sea cual sea el sexo del enfermo, pero sus consecuencias suelen ser peores para la mujer: por desgracia, la injusticia siempre se ceba con especial crueldad en los más débiles. Cuando la mujer ha dedicado toda su vida al cuidado de la familia, sufre tras enviudar una considerable pérdida de ingresos que hace muy difícil la perduración de su nivel de vida: así, con la exclusión, es como paga nuestro estado del bienestar a quienes han cometido el horrible delito de pensar sólo en los demás, en lugar de seguir los dictados de una comunidad cuyos objetivos son tan marcadamente mercantilistas. Aquellas abnegadas mujeres, ejemplo de entrega, comprensión y amor, son, sin duda, una especie a extinguir.

*Escritora