Que el president Torra es un personaje tóxico no lo pienso discutir. Pero su consagración como vicario de Puigdemont y nuevo profeta del independentismo unilateral y xenófobo quizás no se habría producido si ese demencial conflicto hubiese sido manejado de otra forma por ese conglomerado político, social y mediático que llamamos Madrid. No hablo de haber sido más enérgicos con los secesionistas, más enérgicamente españolistas o haber puesto más energía en los porrazos de aquel desastroso (para la causa del constitucionalismo) 1-O. Hablo de haber sido más inteligentes: Rajoy, el PSOE en general, los portavoces oficiales y oficiosos... y por supuesto el juez Llarena.

Ahora, tras el flamenco fallo del tribunal belga (y de los tribunales germanos, británicos y suizos), dicho magistrado del Supremo, en cuyas manos puso don Mariano la salvación de España, ya no es el héroe de los tertulianos de orden y de los trolls rojigualdas. Se oyen voces que le acusan de ir de sobrao, de no atinar, de hacer el ridículo ante sus pares del resto de Europa. Al tiempo, los mismos opinadores, antaño muy europeistas, abominan de esa UE de tiquismiquis democrateros. Y al final acaban revolviéndose contra el mismísimo Rajoy. Rivera, al acecho, echa romericos al fuego.

La derecha-derecha radical-radical, que hasta ahora se había mantenido incrustada en el PP (al margen de falanges y opciones paleoconservadoras como Vox), busca otra marca. Durante años y meses se la mantuvo tranquila con mensajes tonantes sobre los pactos entre Zapatero y ETA, con maniobras para hundir la reforma del Estatut, con discursos cerrados y absolutos. Y, claro, en estos momentos no consigue aceptar que las elecciones catalanas las sigan ganando los separatistas, que el PNV negocie el cupo a la baja como ha hecho toda la vida, que se planee normalizar la situación penitenciaria de los condenados por terrorismo, que se levante (como marca la santa Constitución) el 155... No entiende la democracia. A ver qué hace Albert con semejante personal.