Después de muchos tiras y aflojas, la triple derecha (PP, Ciudadanos y Vox) llegó a un pacto y colocó a Jorge Azcón en la Alcaldía de Zaragoza, 16 años después de que saliera José Atarés, el último alcalde popular. Se pone en marcha así un nuevo poder local que puede que refleje la pluralidad de la sociedad española y la ruptura del bipartidismo, que incluso mantiene la premisa de los últimos mandatos de que el partido más votado no es el que gobierna Zaragoza, pero que abre muchas incertidumbres por la estabilidad de un acuerdo que se fraguó en Madrid y que entraba en un paquete de ciudades a arrebatar a la izquierda, sobre todo Madrid. Para los populares, y especialmente para Pablo Casado, hacerse con el bastón de mando en Zaragoza le refuerza como líder de la derecha tras el varapalo electoral y le hace más fuerte frente a Albert Rivera que pretende arrebatarle el liderazgo de la derecha. Pero para Zaragoza, depender de que al partido ultraderechista se le ocurra querer tener más poder en un ayuntamiento en un momento concreto, y ponga en jaque todos los pactos firmados como el de Azcón, es un riesgo que puede repercutir en la gestión de la ciudad. Los pactos mejoran en mucho los resultados electorales del 26-M del PP, que además de la capital aragonesa se adjudica Madrid, Málaga y Murcia, cuatro de las ocho ciudades más pobladas de España. Pero este avance se produce gracias a la alianza con la extrema derecha, algo insólito en los grandes países europeos. Ciudadanos, pese a las piruetas que intentan ocultarlo, ha accedido también a pactar con Vox para obtener así la presencia en el mapa municipal de la que carecía hasta ahora. El caso de Cs es mucho más grave: facilita alcaldías (en Huesca le falló y el socialista Luis Felipe repite) en toda España blanqueando a Vox al tiempo que refuerza a su rival, el PP, con una política que consolida su giro a la derecha. Su estrategia de intentar desbancar a los populares en la derecha cerrándose a acuerdos con los socialistas (como en el caso de las Cortes de Aragón, que no se sientan ni a hablar oficialmente con el PSOE de Lambán) y ofreciéndole mientras tanto cada vez más poder al PP de Casado es incomprensible. Solo hay que esperar que la radicalidad, que a veces roza la frivolidad, del partido ultra, no traiga ninguna consecuencia negativa para Zaragoza y tanto Azcón como Sara Fernández sean capaces de frenar los impulsos de un partido con el que nunca se debería haber pactado.