Por momentos todos hemos creído que la derecha española se fragmentaba, pero no ha dejado de ser un espejismo. En realidad, lo que ha ocurrido es que se han repartido los mismos huevos en distintas cestas, que no es lo mismo. El detonante ha sido los duros y merecidos golpes que ha encajado el PP a causa de la corrupción, que no ha hecho sino provocar la reflexión (decepción) en sus votantes. Pero a los populares no parece que les vaya a pasar como a la UCD, aunque su sombra no ha estado lejos. Resisten y aparentemente resistirán por mucho tiempo. De momento, de la mano de Pablo Casado, que pese a estar más a la derecha que el grifo del agua fría, prefiere autoadjudicarse un espacio cercano al centro ofreciendo a Rivera el flanco de centroizquierda.

Las de PP y Cs no son ofertas complementarias sino gemelas. No hay que olvidar que tienen el mismo padrino: ese desacomplejado expresidente llamado José María Aznar que recomienda ensanchar la base electoral «no dedicándote a disimular lo que eres, sino manifestando exactamente lo que eres». Así se explica que antes del encumbramiento de su verdadero hijo político, Pablo Casado, ya había adoptado también a Rivera, a quien invitó al curso de verano de FAES en el 2017 para acabar proclamando entonces que la primacía en el centroderecha político correspondía a Ciudadanos.

Tampoco el auge de Vox puede considerarse como una novedad sino como la constatación de un sentimiento que siempre ha vivido recogido en el PP y del que este partido nunca ha renegado, hasta el punto de que el propio Casado ha declarado que comparten «valores esenciales». La irrupción de Vox tiene más bien que ver con la oportunidad (u oportunismo) en un panorama de voto volátil e inestable donde un solo escaño ya no es bisagra sino decisivo (las formaciones canarias pueden dar fe de ello).

Se habla de la inmigración y de la cansina matraca independentista catalana como los motivos de peso del crecimiento de la derecha por su extremo más radical. Pero probablemente este no sea tal. No ha crecido. No le ha hecho falta. Ha estado siempre ahí como el dinosaurio de Monterroso. Más latente o más visible, pero es la misma de siempre. La misma, como describió Rafael Reig, que tras ganar la guerra se quiso asegurar que sus hijos ganaran también la paz. Y en ello están. Ahora ya van por los nietos. Sin disimulos. Como le gusta a Aznar. H *Periodista