Lo que empezó mal el pasado lunes con la rueda de prensa de la ministra Ana Mato para informar sobre un contagio de ébola en Madrid no ha hecho más que empeorar en las 72 horas siguientes. Si la comparecencia de Mato generó más inquietud que sosiego, la retahíla de despropósitos que vamos conociendo sobre la actuación de las autoridades sanitarias, añadida a la pretensión de echar toda la culpa de lo sucedido al error de la auxiliar de enfermería Teresa Romero, provoca verdadera vergüenza. En este sentido las palabras acusadoras del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, merecen la más dura condena y, por descontado, justificarían su inmediata dimisión. En situaciones de emergencia como la actual, tan importante es reducir al mínimo la posibilidad de un contagio por error en el tratamiento clínico --lo que se consigue con personal bien formado, equipo adecuado y protocolo preciso--, como garantizar que, en caso de un fallo, este quede circunscrito a la zona de seguridad para evitar que se pierda el control del virus. Ayer por la tarde el Ministerio de Sanidad reaccionó y anunció que iba a revisar los protocolos de actuación, hasta ahora considerados adecuados, a la vista del cúmulo de errores.

LARGA LISTA DE FALLOS

Y, a tenor de lo ocurrido desde que se produjo el contagio el 25 de septiembre, podemos concluir que estamos ante una larga lista de fallos e incompetencias. La lista es larga: la laxitud en el control del personal que había estado en contacto con los misioneros infectados, la falta de información y el equipo precario con que tuvieron que actuar los profesionales que atendieron a Romero en Alcorcón, el traslado de la infectada en una ambulancia sin equipar que siguió prestando servicio otras 12 horas hasta que fue retirada, la insuficiente formación del personal, las deficientes condiciones de protección que aún hoy condicionan el trabajo de profesionales del centro de referencia Carlos III... Por no mencionar el desafortunado caso del sacrificio de Excálibur, el perro propiedad de Romero, que derivó en una esperpéntica campaña alimentada por las redes sociales y algunos medios de comunicación, en la que el destino del can parecía preocupar más que la salud de su dueña. Otro motivo de reflexión, y no menor, sobre nuestro comportamiento como ciudadanos.