Resulta difícilmente comprensible que, mientras los Reyes de España cenaran con los Bush en su rancho tejano, la diplomacia española, con el presidente del Gobierno a la cabeza, descorchara el cava a tambor batiente con el bolivariano Hugo Chávez. Si se trataba de lanzar un gesto amistoso suplementario al disgustado aliado norteamericano, no cabe mayor desacierto que invitar oficialmente al demagogo venezolano. Si, por el contrario, se trataba de vejar a EEUU, el bofetón fue de aúpa.

Lo mismo puede decirse del restablecimiento unilateral de relaciones con Cuba, escenificado por nuestro embajador junto al canciller cubano Pérez Roque, gesto en dirección contraria al de nuestros socios europeos. La iniciativa castrista, blandamente aceptada por el Gobierno español, supone la ruptura de la política de congelación de relaciones acordada por la Unión Europea por poderosos motivos: el reciente encarcelamiento de 75 disidentes y el fusilamiento de tres desgraciados balseros.

Cuando Zapatero se reúne con Schröder o Chirac, lo hace con dos poderosos socios europeos, líderes de democracias que han apoyado a muerte el progreso de España. Cuando le frena los pies a Bush y retira las tropas españolas de Irak, cumple una promesa electoral que contribuyó a que ganara las últimas elecciones. ¿Pero qué ganamos los españoles con la impertinente e inoportuna visita del exgolpista venezolano y con el intento de reanimación del dictador cubano? ¿Desatinos de Moratinos?

*Periodista