Nuestro sistema educativo está en crisis, como está en crisis nuestra sociedad, pero hay algo más que una situación difícil debido a recortes y demás cambios. Hay un problema de fondo difícil de solventar y es la infravaloración del potencial de los recursos humanos que posee el individuo. Partimos de la base de que ningún gobierno se ha planteado un sistema sólido, consensuado por todos y perdurable en el tiempo que garantizara un crecimiento y un desarrollo en la comunidad educativa. Los docentes han visto deteriorarse valores educacionales arraigados en los núcleos familiares y, también, han visto cómo cada gobierno ha ido imponiendo su doctrina de influencia, por lo que el desconcierto es permanente para los que tienen que ejercer la profesión de manera objetiva, además no se le ha proveído de recursos humanos y sociales suficientes que sirvan de apoyo fundamental para sacar adelante un proyecto basado en la formación y el conocimiento. Esta crisis se traduce en las numerosas vacantes que existen a puestos de director en colegios e institutos y las numerosas solicitudes de jubilaciones anticipadas. Nunca había pasado esto. Desde la Consejería de Educación y su área de influencia: inspectores, directores generales, etcétera, no flexibilizan adecuaciones y necesidades en los centros, por lo que los directores tienen que vérselas con sus propios compañeros que descargan sus frustraciones en el máximo responsable, y con un alumnado que acampa con más derechos que obligaciones. Si esto sigue así, la Administración tendrá que nombrar, del claustro, directamente al director, una medida que no solucionaría la actual problemática y, quizá, generaría nuevos conflictos.