El centroderecha aragonés, despojado del poder ejecutivo aquí y en Madrid, atraviesa un momento de absoluta complejidad. Aunque aparentemente subyacentes, los movimientos detectados en el seno del PP para controlar el partido son de gran calado y muestran que existe un fuerte desconcierto. La pugna entre el sector agrupado en torno al actual presidente regional, el diputado Gustavo Alcalde, y el que gira alrededor del presidente provincial, el exalcalde José Atarés, se encuentra ahora mismo en pleno apogeo de cara a las citas congresuales de este otoño. Tensiones que amenazan con desestabilizar a un partido desorientado e inmerso en una supuesta renovación nacional, que lo es menos a juzgar por el continuismo con el que Mariano Rajoy impregna todas sus decisiones.

Las hostilidades se desataron a comienzos de verano, cuando a modo de exhibición de fuerza Atarés colocó una lista de afines como compromisarios por la provincia de Zaragoza en el congreso nacional que debe ratificar el liderazgo de Rajoy dentro de dos semanas. Lejos de atemperarse tras ese primer pulso, la batalla ha cobrado fuerza hasta llegar a límites insospechados. En privado, son constantes las maledicencias y las intromisiones personales de unos u otros. Rumores lanzados por esa guardia de corps situada normalmente a un tercer nivel de responsabilidad pero que por obediencia debida o por la necesidad de llenar el estómago gana protagonismo cuando toca repartir el poder orgánico en una cumbre congresual.

Está claro que Rajoy ha bendecido la candidatura de Alcalde, que no parece enfrentarse a graves dificultades para revalidar su cargo al frente de la organización. Y menos tras los cambios reglamentarios que equilibran, a diferencia de lo que ocurría anteriormente, el peso específico de la provincia de Zaragoza respecto a las de Huesca y Teruel, alineadas con Alcalde. Con el escenario anterior, Atarés, gracias a la potencia de una parte mayoritaria del partido en Zaragoza, podría tener posibilidades, pero hoy resulta prácticamente imposible ganar el congreso del PP aragonés sin el apoyo de una parte sustancial de las dos provincias menos pobladas. En este panorama de tensión en la carrera por el liderazgo la incógnita es saber si finalmente, y como suele pasar en estos casos, el sector de Atarés se integrará en la ejecutiva. Y también si el exalcalde seguirá siendo presidente provincial, asunto que se decidirá en una cumbre posterior a la regional de noviembre.

Con este escenario precongresual, fácil de confirmar hablando con unos y otros, parece descartado ya que el PP apueste por una tercera vía tras la debacle electoral de marzo; es decir, la elección de un nuevo presidente y la búsqueda de un candidato nuevo para las elecciones autonómicas del 2007. Y no será por las ganas de algunas familias minoritarias en la organización. A la sombra de los líderes actuales, ya hay un incipiente sector del partido con gran influencia en Madrid que está pensando en crear nuevos iconos, tras la perdida de capital humano que supuso la marcha a la política nacional y europea de Santiago Lanzuela y Luisa Fernanda Rudi. Y uno de los nombres que suenan con fuerza es el del concejal zaragozano Domingo Buesa, que busca un espacio dentro del partido para emerger a la más mínima oportunidad. Sin contar con los movimientos que pudiera desencadenar el alcalde de Calatayud, Fernando Martín.

En este complejo contexto, ya hay corrientes de opinión dentro del partido y de las fuerzas fácticas que le circundan que estiman que no sacrificar a Gustavo Alcalde en este congreso supone tanto como renunciar a la victoria electoral en las autonómicas del 2007. Bastaba con leer y escuchar esta semana en comentarios de los medios que más soporte ideológico aportan al PP para entenderlo: la oposición al Gobierno de Iglesias, tiene un problema, y se llama Gustavo Alcalde, venía a afirmarse en los análisis tras el Debate sobre el Estado de la Comunidad. No se puede decir más claro. Pero además de sustituir al líder, una parte importante del PP aragonés es consciente de que una victoria en las elecciones del 2007 sólo será posible si concurren otros factores, como la debilidad del Ejecutivo aragonés PSOE-PAR, especialmente de producirse algún desliz en su relación con Madrid, o del Ayuntamiento de Zaragoza, sobre todo por las fricciones que puedan producirse entre Belloch y Gaspar. En esta línea de pensamiento, no son de extrañar los sutiles mensajes que ya percibe parte de la opinión pública y que colocan a Chunta permanentemente en el disparadero. Si se mantiene en el gobierno municipal, para debilitarla, y si rompe con el alcalde para ensalzar sus carencias y manifestar su pobre bagaje como organización capaz de gobernar.

Con ese hipotético y, hoy por hoy, casi impensable escenario político favorable hay quien insiste en que el único problema para que el PP estuviera en disposición de gobernar sería el candidato Alcalde. Pero también hay quien estima que en ese supuesto el bilbilitano es el mejor candidato, puesto que caso de que se llegara al Gobierno sería in extremis y con la necesaria anuencia del PAR. Y claro, quién mejor que Alcalde para cederle la presidencia del Gobierno autonómico a José Angel Biel o a su sustituto en el cartel electoral de los paristas. En el fondo, es evidente que el debate en el PP y en la derecha aragonesa para trazar una estrategia de recuperación del poder perdido en Aragón en el 99 y en España en el 2004 está más abierto que nunca. Eso es lo que importa ahora en un partido que debería estar también preocupado por efectuar una lectura realista del momento político por el que atraviesa el país. Y que parece exigir al Partido Popular una adaptación de su ideario para Aragón, probablemente aportando un toque territorial necesario tras la fuerte defensa de un proyecto tan impopular en la región como el derogado trasvase del Ebro. Imprimir un sabor regional le resultaría ahora más sencillo al gobernar en Madrid el PSOE, pero eso es tanto como pedir que el congreso de los populares, además de dirimir cuentas pendientes y de imaginar líneas de vuelta al machito , profundice y ofrezca a la amplia capa de aragoneses que sintoniza con sus postulados algo más que una carrera desenfrenada por el poder.

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