El Rey quiere que España se lleve bien con los países de la Unión Europea, con los países de la cuenca mediterránea, o sea, con los cristianos y con los musulmanes y, también, con los países del otro lado del Atlántico, que incluye la América del Norte y la América del Sur. Esperemos que el embajador chino no proteste, porque estoy completamente seguro de que Su Majestad también desea, obviamente, que nos llevemos a partir un arroz tres delicias con los chinos.

Llevarse bien con los demás países es un real deseo (del Rey) y un deseo real de la inmensa mayoría, por no decir de todos los empadronados. El problema principal de este buen propósito es que resulta muy difícil de conseguir, porque lo que les agrada a unos les disgusta a otros, y lo que les alegra a estos les indigna a los de más allá, y el Moratinos de turno intentado sonreír, pero las sonrisas con Powell eran esas sonrisas de compromiso, donde los sonreídores parecen enfermos de estreñimiento que asumen su condición con resignación cristiana, protestante en el caso de Powell, y ex-católica, seguramente, en el caso de Moratinos.

Pero es que incluso portándonos bien, y haciendo lo que nos estaban pidiendo, tampoco eso garantiza que lleguen las ayudas al olivo y al algodón, y que dejen de propinarnos una bofetada en las mejillas de la nueva ministra de Agricultura, que tampoco es para decir "ahí me las den todas", sobre todo si tienes plantados unos cuantos olivos.

No comparto la opinión de Porto-Riche, que decía que "un diplomático que se divierte es menos peligroso que un diplomático que trabaja". Al contrario, me gustan los diplomáticos que trabajan, pero desconfío de los que lo hacen muy deprisa y atropelladamente. Desde luego, el cese del embajador de Marruecos, en vísperas de una visita oficial de nuestro primer ministro, señor Rodriguez Zapatero, no ha sido nada serena, es decir, que ha resultado escasamente diplomática.

*Escritor y periodista