En el mundo en el que vivimos son miles los africanos, sirios, iraquíes y afganos que, en su desesperanza, en su supervivencia, se arrojan al océano o traspasan vallas fronterizas. Escapan de países en guerra, países de hambrunas, países donde la vida no tiene valor, huyen, como haríamos cada uno de nosotros hacia la existencia de una posibilidad que, a veces, se convierte en tragedia. La amargura que han podido estar experimentando en los barcos, los más de 600 inmigrantes que navegan rumbo a Valencia, no solo por sus condiciones de navegación, sino por los estados de salud, desgarra cualquier espíritu humano. Pero hay algo que llama la atención y es el protagonismo mediático de la embarcación Aquarius, quizá porque poner nombre a las cosas se convierte en hechos con significado, algo que se debería hacer cada vez que aparece un barco o patera de inmigrantes surcando las aguas, también en las vallas de Melilla, Turquía y Bulgaria parando el ímpetu pero no el deseo de supervivencia. España con Sánchez, quizá por marcar diferencias, da la bienvenida a la expedición que viene con el Aquarius; como gesto humanitario es de aplaudir, pero algo resulta chocante y son las vallas instaladas en Ceuta y Melilla poniendo freno a los subsaharianos, quizá este nuevo gobierno se plantee que todos tienen el mismo derecho de asilo. ¿Y el resto de Europa? gobiernos de estatus conservadores se abstienen de responsabilidades, no solo de acogidas, sino de un pacto europeo que regule la integración, cooperando para que sus países de origen no provoquen que sus ciudadanos lleguen a tener que huir para vivir o morir. La UE no puede estar en permanentes divagaciones y desacuerdos, humanitariamente y por decencia debe actuar levantándose de su espacio de confort.

*Pintora y profesora