Si algo está dejando claro la pandemia es que nadamos en un mar de contradicciones, aquí y en la China Popular. No hay forma de argumentar hoy lo mismo que ayer o que mañana si quienes nos dirigen y quienes pretenden hacerlo van dando tumbos. Empezó Pablo Iglesias saltándose la cuarentena para hacerse una foto y ahora se saltan los controles de seguridad muchos de los que salen a las calles a manifestarse contra el Gobierno. Como se los saltaron quienes acudieron en masa a despedir a Anguita mientras veíamos a los padres y a la novia del joven Lecquio despedirle en solitario, como decenas de miles de familias españolas que han cumplido las normas de manera civilizada y responsable. Muy responsables sí, y muy solas también. Dice Echenique que todos tenemos que vivir con incoherencias. De acuerdo, pero bastante tenemos con las propias como para aceptar sin rechistar las que nos imponen, incoherencias políticas absolutamente incomprensibles. O no es incoherente anunciar más dinero para becas cuando aún no se sabe de dónde saldrán los 700 millones diarios que ha anunciado el presidente para afrontar el descalabro económico y social. Solo una selecta minoría de españoles ha vuelto al trabajo con plenas garantías, gracias a las pruebas autorizadas por Sanidad para los futbolistas. Y al mismo tiempo, hay sanitarios que aún esperan la misma suerte y guardias civiles, hartos de tanta incertidumbre, que pagan de su bolsillo test privados. Esto no es incoherente, es sangrante. No sé si el PP y Vox han medido bien los riesgos de romper a cacerolazos el silencio de las calles, porque dos meses de introspección dan para analizar fino cualquier burrada, venga de donde venga. Y hasta los más críticos con Sánchez han emprendido una campaña de apoyo con la bandera de fondo porque no les cuaja que el presidente busque la ruina de Madrid. ¿Apoyo incoherente? No, desesperación. H *Periodista