Era un secreto a voces que Pilar Alegría tenía los días contados como portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Zaragoza. Su candidatura estaba diseñada con vocación de gobierno, y se quedó a punto. Tan solo le separaron 300 votos que permitieron a PP y Cs, con el apoyo de Vox, desbancar a Alegría, que desde entonces ha mantenido un perfil discreto en la oposición. Pero su salida al ser designada el próximo martes como delegada del Gobierno es un movimiento estratégico del PSOE nacional para ejercer un contrapeso político a la dirección autonómica, comandada por Javier Lambán, que es uno de los barones menos afines a Pedro Sánchez. Alegría relevará a Carmen Sánchez, que ha ejercido un buen papel como delegada del Gobierno durante estos últimos 20 meses pero que ha sido la pagana de las pugnas orgánicas del PSOE al ser una de las pocas delegadas que habían sido propuestas desde el territorio y no desde la Presidencia del Gobierno en junio del 2018, cuando el PSOE desbancó a Mariano Rajoy mediante una moción de censura. Ha mantenido el papel institucional que corresponde a una delegada del Gobierno.

La jugada táctica de Ferraz vaticina un año y medio de tensiones en el PSOE aragonés. Y no tanto porque Pilar Alegría quiera ejercer un pulso directo con Javier Lambán, quien al fin y al cabo acabó apoyándola como candidata a la Alcaldía de Zaragoza, pero eso no la eximirá de defender la posición del Gobierno central ante las previsibles tensiones que puedan surgir en los próximos meses entre la Administración central y la autonómica. Y eso, con la mirada en el horizonte próximo de un congreso regional en el que se tendrán que producir candidaturas a la secretaría general, augura tensiones internas de un partido, el socialista, que está habituado a ellas. Y también complica la situación del grupo municipal socialista, hecho a la medida por Pilar Alegría y que ahora se queda huérfano de líder y en una difícil situación.