Las conmemoraciones del aniversario de los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils, me han dejado demasiadas sensaciones agridulces , malos presagios y mucha inquietud por lo que vendrá en los próximos meses en el mundo del independentismo catalán. Tras un año de aquellos terribles acontecimientos y pese a la débil unidad de las fuerzas políticas tradicionales en los actos de homenaje y recuerdo a las víctimas , sigue habiendo intentos constantes por instrumentalizar aquellos atentados. El colchón de las víctimas entre francotiradores de uno y otro lado, solo ha servido para unas horas de relativo sosiego.

A pesar de que las víctimas son las únicas que pueden apropiarse del dolor, algunos han intentado asimilarse a él, haciendo diferentes actos conmemorativos. En Alcanar se hizo uno presidido por un enorme lazo amarillo. La esposa del exconseller Forn al lado del president de la Generalitat reclamando libertad para sus presos al Jefe del Estado. En las puertas de la prisión de LLedoners el president catalán hizo un discurso para los suyos, para sus víctimas que estaban dentro. ¿Era este el momento para esas reivindicaciones?

Es cierto que trasladar la imagen al mundo entero de que todos los poderes del Estado están con las víctimas y contra el terrorismo es muy importante, aunque fuera imposible consensuar un comunicado, pero quedan muchas cuestiones por saber. Los detalles de cómo los autores pudieron hacerlo, de sus vínculos internacionales, del papel que jugó el imán de Ripoll, su facilidad para captar jóvenes aparentemente integrados, el papel de los diferentes cuerpos de seguridad, la implicación de las agencias internacionales de información, las alertas y avisos previos.

Todo está en una nebulosa, ¿responsabilidades?. Ninguna. Los soberanistas aprovechan cualquier información en clave interna para confrontar o jalear la actuación abnegada y comprometida por parte de los diferentes servicios que actuaron en aquellas fechas.

Lo ocurrido la pasada semana es una muestra de cómo se puede manipular para ocultar o para apoyar intereses que no son los de las víctimas ni los de la mayoría de ciudadanos.

En la disputa por ocupar un espacio propio, se buscan argumentos para satisfacer a los propios y hostigar a los contrarios, en este caso al Estado. El hilo conductor de todos sus relatos es el ombliguismo, mirarse continuamente a sí mismos, autosatisfacerse con los agravios y la marginación. Han cambiado el concepto tradicional de la política. Ellos no están para solucionar problemas, mejorar la vida de los ciudadanos y garantizar el funcionamiento institucional. Eso es secundario; el objetivo máximo, la república catalana, subordina todo lo demás. Para ellos la política se ha convertido en escoger adversario.

Puigdemont y Torra , alientan las emociones evitando la racionalidad, como si la cordura tuviera que sucumbir ante la locura. Su propuesta con Crida Nacional Cataluña es la propia de una estructura de intervención política rápida, basada en un hiperliderazgo mediático y una idea fuerte pero indeterminada. Por eso les sobra el Parlament, los parlamentarios, los debates y la presencia de los grupos en los mismos. Que de julio a octubre no vaya a haber un solo pleno es la prueba. La campaña independentista de los lazos amarillos buscando no solo la denuncia de los encarcelamientos de los presos sino señalando a quien no se suma para ocupar el espacio público, es otra.

En este contexto, la oferta de mano tendida del Gobierno central, sabiendo las líneas rojas donde están, es valiente, racional y oportuna. Rebajar la tensión y no dar innecesarios argumentos para confrontar les desorienta. Liderar el diálogo trastoca su argumentario, desequilibra el castillo de naipes independentista, crea contradicciones entre ellos y exige explicaciones entre los suyos.

No hay que olvidar que estamos en los prolegómenos de una confrontación que va a ser larga y muy difícil de controlar. Sobre todo porque la división en la sociedad catalana es brutal y la apropiación de los sentimientos culturales e identitarios les da enorme preeminencia.

En esta tesitura, no hay que olvidar que históricamente la deslealtad fue una constante del soberanismo catalán, como muy bien relata Manuel Azaña, presidente de la República española, en sus memorias.