El término globalización forma parte ya de nuestro vocabulario habitual. La sociedad mundial actual ha avanzado hacia un modelo en el que priman las interrelaciones y donde nada permanece ajeno o aislado al resto. En una convivencia globalizada las decisiones de tipo político o económico repercuten no sólo al lugar o espacio donde se adoptan sino a todo el conjunto. De allí la doble necesidad primero de ser conscientes de este fenómeno y segundo de ser previsor ante las consecuencias y repercusiones de unas u otras decisiones. Sin lugar a dudas, la globalización conlleva aspectos positivos de los cuales somos partícipes. Las relaciones, el intercambio de conocimientos y avances, la comunicación, la posibilidad de ser partícipes en cuestiones que van más allá de nuestras fronteras, son algunas de las múltiples ventajas que posibilita dicho fenómeno.

De igual modo que en las consecuencias positivas, también los efectos negativos tienen repercusión en las sociedades globalizadas, por ejemplo en los ámbitos industriales y comerciales. En este sentido, hay decisiones tanto de multinacionales como de pequeñas y medianas empresas que repercuten en diferentes países o regiones. El mercado actual se caracteriza porque para llegar al producto final han intervenido diferentes sectores hasta conseguir un engranaje total.

Desde hace varios meses observamos un fenómeno que no podemos evitar porque es global pero que sí podemos frenar adoptando las previsiones y actuaciones necesarias. Se trata de la deslocalización, una situación que genera una doble vertiente: quién decide y quiénes son los afectados. Las empresas deciden trasladar la producción a aquellos países en los que pueden obtener más rentabilidad de manera que puedan reducir costes, aumentar beneficios y rentabilizar inversiones. Estas decisiones, que constituyen esa primera vertiente, repercuten directamente en lo que puede ser la segunda: en los trabajadores y en aquellas empresas que indirectamente dependen de la producción de la primera. Por lo tanto una decisión tomada de forma unilateral se traduce en una serie de consecuencias negativas en las sociedades globalizadas.

FRENTE A los argumentos de las empresas para justificar los recortes de sus plantillas (reajuste o simplemente ajuste, reestructuración, remodelación o cambio) están los sentimientos de los trabajadores afectados (incertidumbre, desasosiego, incomprensibilidad o desconcierto). Es la doble cara de una misma moneda porque mientras la empresa busca sus objetivos los trabajadores se ven abocados a una situación de la que ellos no son responsables. Si, además, los afectados representan un porcentaje importante de una localidad, el problema superará los ámbitos familiares para trasladarse a la ciudadanía en general.

Ante esta realidad, los afectados y la sociedad en general vuelven los ojos hacia las administraciones públicas, que, aunque no son responsables de la situación sí actúan en sensibilidad con los afectados y en consonancia con sus demandas. Las administraciones públicas sí pueden propiciar un clima social y estructural que favorezca la generación de empleos, la puesta en marcha de las herramientas necesarias para crear y consolidar tejido industrial y empresarial.

EN EL GRUPO Parlamentario Socialista entendemos que desde el Gobierno de Aragón se está trabajando intensamente de manera que, frente a los fenómenos de deslocalización o de otro tipo de ajustes, estén en marcha las iniciativas necesarias que generen más empleo del que se pueda perder. Así lo atestiguan proyectos tan importantes como Pla-Za en Zaragoza, Platea en Teruel o el Parque Tecnológico Walqa, que son ejemplos de previsión, de creer en la diversificación industrial y de firme apuesta por el futuro.

Además, el Gobierno de Aragón, a través de sus diferentes departamentos, apuesta porque los trabajadores tengan la formación adecuada, invierte en I+D+i, y, concretando más, colabora con los empresarios y sindicatos para la puesta en marcha del Observatorio Económico, un órgano que analiza y previene las tendencias de manera que detecta los sectores que son más sensibles a la competencia internacional y que pueden tener más dificultades ante procesos de deslocalización o globalización.

En los últimos meses hemos presenciado como la deslocalización ha repercutido también en Aragón. La respuesta del Ejecutivo autonómico en este caso ha sido consecuente: en Barbastro, tras el cierre de la planta de Moulinex en esta localidad, fue inmediata y tajante: en colaboración con el Ayuntamiento barbastrense se puso en marcha una oficina de apoyo para facilitar la recolocación de los trabajadores.

Son ejemplos de una forma de trabajar en la que prima el ser conscientes de una realidad, el sensibilizarse con los ciudadanos para los que gobierna, y además la habilidad de tener preparadas las herramientas y órganos necesarios para que, si no se puede evitar la deslocalización, al menos sí podamos frenar sus repercusiones.

*Portavoz Grupo Parlamentario Socialista en las Cortes de Aragón