Crecieron juntos, unos en Cataluña y otros en Aragón. Establecieron grandes afectos en bulliciosas reuniones familiares y largos veranos en la Costa Brava y en el valle de Tena, que se afianzaban en un chat de Facebook denominado «primos» que se desarrollaba en español. Todo se rompió un día, el día que toda España celebraba la victoria de la Selección española en el Mundial de Sudáfrica. Un gol de Villa dio el pase a Cuartos de final y otro de Pujol a Semifinales: «¿Aún no se han enterado estos imbéciles que están jugando para la jodida España?», escribió uno, ahora en catalán. Hubo aplausos con esteladas en aquella parte y réplicas en esta. El gol de Iniesta cayó como un torpedo en esa línea de flotación familiar, y la relación de los jóvenes primos, nietos de aragoneses, se hundió. «Putos espanyols», escribieron allí. «Catalan fucking» y «gefuckte katalanisch», respondieron desde aquí. Y allí se quedaron. Y entre los adultos se extendió un espeso manto de silencio en un intento de soslayar esas cosas de chicos. Sin lograrlo, claro, porque el mundo de los afectos es mucho más sensible y delicado que el de la política, porque los lazos de sangre y de amistad, cuando se rompen, dejan manchas difíciles de quitar. Que la independencia de Cataluña es un problema político que se resuelve con política, dicen. ¡Ja! Que se lo expliquen a mi admirado Ánchel, un comunista de impecable trayectoria docente en Cataluña, que ha salido de casa para no oír como en su propia familia le llaman «fascista» por no respaldar el procés. ¡Qué desolación!

*Periodista